
i algo he aprendido es que, si estás atento a lo cotidiano y diario, puedes encontrar lo que muchos dejan pasar. Ayer, en el dentista, me encontré con un muchacho —probablemente de entre 15 y 16 años— que me dijo que la globalización, tal como él la veía, era distinta a la globalización como la entendíamos los de mi generación. Las miradas generacionales son un tema que me apasiona, sobre todo por las diferentes perspectivas que un mismo hecho puede generar.
El muchacho siguió hablando. Dijo que todo lo que podía ver en televisión, en canales, en streaming, en plataformas piratas como Magis, Flujo, o legales como Netflix, Amazon, Disney, etc., le mostraban el mundo tal cual es y cómo era en todas sus dimensiones, que él podía ir hasta donde quisiera.
Le respondí: “Sí, pero no puedes viajar. No estás físicamente allí, no sientes su sol, sus lluvias; no distingues sus olores.” Asintió, y luego dijo: “Pero si tengo que viajar en un avión tan chiquito como un minibús; si tengo que gastar tanta plata para hacerlo; si tengo que buscar hoteles; incomodarme comiendo comida buena o mala, cara o no… Prefiero, si se trata de conocer el mundo, hacerlo virtualmente.”
“Para mí, la globalización ocurre en las pantallas, en el Internet… ya no es necesario vivirla físicamente.”
Además —siguió—, los países más importantes, como China y Estados Unidos, cada vez restringen más sus visas y se cierran a sí mismos. Si no nos quieren como visitantes, ¿para qué ir? No pienso andar como turista baboso, viendo lo que “hay que ver” y haciendo lo que “hay que hacer”. Al final, ¿para conocer un país necesitas una hora, un mes o toda una vida?
No contento, continuó. Para él, la idea de familia era otra. “Nos critican —dijo— por tener perros o gatos, porque hay una generación que lo ve mal. Pero nadie cuestiona a quienes tuvieron muchos hijos, o los niegan, o no pueden mantenerlos. O a quienes traen hijos a un mundo que se cae a pedazos, con guerras por todos lados. Mi manera de ver el mundo es distinta. Pero es el mundo que ustedes nos están dejando.
Sin duda, era un dolor de muelas muy fuerte. Me dejó callado, sin poder rebatirlo, simplemente porque tenía razón en muchas cosas que afirmaba. Una historia que me contaron y que comparto.
Dino Palacios es ciudadano.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.