Imagen del autor
D

etrás de cada fila, en medio de las largas esperas, emerge una faceta muy boliviana: la capacidad de adaptación, el ingenio callejero y una solidaridad que, aunque admirable, no deja de ser la respuesta forzada a un sistema que falla.

Las “colas de las colas” se han convertido en pequeñas realidades paralelas donde se negocia el tiempo y se socializa la frustración. En cada fila, alguien encuentra la manera de hacer unos “pesitos”: venden desde dulces, hojas de coca para pijchar, gelatina en bolsa o sándwiches caseros, hasta el infaltable café caliente de las madrugadas. Hay quienes, incluso, ya prefieren que las colas no se acaben. Porque en la Bolivia de hoy, hasta el caos genera prácticas económicas de supervivencia.

La necesidad agudiza el ingenio, dicen, y eso lo sabemos bien. Aplicaciones como Favorcito, que permiten pagar a alguien por hacer la fila, son creativas, sí, pero también revelan una normalización peligrosa de lo que no debería ser normal. En La Paz y Santa Cruz, mujeres que ofrecen transporte seguro ahora también ofrecen hacer “la cola de la gasolina”. Es un nuevo tipo de logística ciudadana que funciona… porque el Gobierno no. Y no es que esté mal la reacción, lo increíble es la inacción de los gobernantes que nos roban la normalidad con la misma soltura que los millones.

Los grupos de mensajería se han convertido en centros de inteligencia ciudadana. Permanecemos conectados con una mezcla de ansiedad y esperanza a los chats más cotizados del momento: los de la gasolina. “¿Ya llegó la cisterna?”,“¿Dónde llega la cola?”. Entre emojis, rumores y actualizaciones, emergen planillas Excel hechas por desconocidos, algoritmos ciudadanos que intentan calcular la esperanza. Porque ya no se trata solo de encontrar gasolina, sino de evitar desgaste emocional de no saber si alcanzará.

Y en medio, lo humano: vecinos que abren su baño, que prestan una silla, o te invitan una fruta. Esa parte emociona, sí. Pero también duele. Porque no deberíamos necesitar heroísmo cotidiano para enfrentar lo que en otros países se resuelve con gestión.

Ser más humanos no debería ser la respuesta. Bolivia es un país donde el talento colectivo florece en la adversidad. Pero qué distinto sería si floreciera también con oportunidades.

Dino Palacios es ciudadano.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.