
n El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx retoma una célebre reflexión de Hegel: "Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces". Pero Marx, con su aguda ironía, no se detiene ahí y añade un giro: "Una vez como tragedia y la otra como farsa".
Nunca más cierto que en la intrusión de un multimillonario, que desde el otro lado del charco se aventura en la política nacional. Lo que en otros tiempos podría haberse considerado una intervención épica por su alcance y aspiraciones, hoy parece encarnar más la dimensión farsesca que Marx señaló. El despliegue de poder y recursos desde una figura ajena, transformando la esfera política, no solo repite patrones históricos, sino que también resalta cómo el pasado vuelve, pero raramente con la misma dignidad.
No debería causar mayor extrañeza, ya que, en teoría, se trataría de un ciudadano —solo con más recursos económicos que los demás— interesado en la política. Sin embargo, en la práctica sabemos que no es así. Aunque la ley establece que todos los ciudadanos somos iguales, la realidad demuestra que algunos son "más iguales" que otros.
Lo que irrita es que el magnate se inmiscuye en asuntos internos del país y, como si fuera un virrey colonial, se arroga el derecho de bendecir y decidir quién es el elegido. Prometió transformar un club de fútbol, pero solo logró distorsionarlo. Igual, ofrece un fondo para promover la transparencia, promete apoyar la creación de una nueva aerolínea y, finalmente, amenaza con denunciar numerosos casos de corrupción. Todo esto, hasta ahora, se mantiene en el terreno de la demagogia.
Es una farsa, porque nuestro plutócrata no se cansa en mostrarse como el ejemplo del ser en este mundo. No patrocina el arte ni la cultura como Lorenzo de Medici, ni promueve concursos de belleza como “pato Donald”. No se anima a esgrimir la motosierra. Ni planea urbanizar Marte. Dice que no quiere gobernar; sin embargo, hace negocios, así de simple.
La farsa encuentra eco en la actualidad, donde la tragedia de la desigualdad y la concentración de poder se transforman una intrusión disfrazada de altruismo. La figura del magnate, que se presenta como un benefactor preocupado por el bienestar colectivo, no es más que una repetición histórica, una caricatura de los grandes personajes que alguna vez moldearon el destino de las naciones.
Dino Palacios es ciudadano.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.