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as noches son largas cuando el sueño no llega, pero son aún más largas cuando llega y se va abruptamente porque alguien usa la bocina como catalizador de sus frustraciones. A la una de la mañana, una bocina; a las tres de la mañana, un bocinazo; a las cinco de la mañana, otro bocinazo. A veces suenan más cerca y otras veces más lejos.

Dada la cercanía de una gasolinera, presumo que es la forma de despertar a los conductores, que, derrotados por el sueño en la larga espera de las interminables colas para llenar sus tanques de gasolina, se duermen, provocando la impaciencia de los que vienen detrás.

Los que cargan diésel la pasan peor, porque sencillamente es mucho más escaso y generalmente son vehículos más grandes, por ello no pueden andar deambulando en la búsqueda del combustible y se instalan por varios días en la espera. Las carreteras y calles se colman con esos enormes vehículos, pero a pesar de su tamaño se igualan a las motos que igual tienen que hacer cola por el carburante soñado.

Los destrozos causados por las lluvias no solo han interrumpido las interconexiones camineras; en las ciudades, las calles parecen bombardeadas, lo que ha generado un aumento de hasta el 100% en los costos de algunos alimentos. Ni hablar de aquellos trabajadores que llevan varios meses sin recibir su salario. La irritación de los ciudadanos, que van caminando al mercado calculando hasta el último centavo, crece. El malestar y la irritación de todos aumentan, por eso los gritos y la intolerancia están generalizados.

Nos hemos convertido, poco a poco, en los escenarios de las películas de terror, donde la ciudadanía, con el rostro desencajado y la mirada vacía, cual zombis, hace cola por combustible. Reniegan en el mercado por los precios, arrastrando los pies y murmurando quejas. Protestan al doblarse el tobillo por los huecos en la acera, con movimientos torpes y lentos. No pueden viajar a sus destinos porque los caminos están cortados, deambulando sin rumbo fijo.

En las calles, algunos recuerdan: “por menos cayó Goni” e inmediatamente después nos preguntamos, ¿por qué ahora no hacemos nada? Será porque nos hemos vuelto —o nos han vuelto, tras casi dos décadas transcurridas— en zombis, incapaces de reaccionar, atrapados en una rutina sin fin.

Dino Palacios es ciudadano.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.