
En las oficinas gubernamentales de La Paz, los planificadores económicos bolivianos contemplan una paradoja fascinante: mientras América Latina atraviesa el peor invierno de capital de riesgo en una década, Bolivia anuncia la creación de un fondo de startups de 18,1 millones de dólares. Es como si alguien decidiera plantar un jardín en medio de una tormenta de granizo, una metáfora que encapsula perfectamente la compleja situación del ecosistema emprendedor boliviano.
El contexto regional no podría ser más desalentador. La financiación de capital de riesgo en América Latina se desplomó de 17.3 mil millones de dólares en 2021 a apenas 3.6 mil millones en 2024, una caída que refleja no solo un ajuste cíclico, sino una recalibración estructural hacia la sostenibilidad. Los inversionistas, que durante la era de las tasas de interés ultrabajas actuaban como apostadores en un casino, ahora exigen métricas sólidas de rentabilidad y tracción comprobada. El dinero fácil se evaporó, y con él, las valuaciones infladas y los sueños de crecimiento exponencial sin fundamentos sólidos.
En este panorama adverso, Bolivia presenta una narrativa única que desafía los análisis convencionales. Con menos de 15 millones de dólares en financiación histórica de capital de riesgo, una cifra menor que el tamaño típico de un fondo semilla regional, el país opera en una liga completamente diferente. Sus 147 startups activas representan un ecosistema diminuto comparado con los gigantes brasileños o mexicanos, pero también uno que, paradójicamente, está aislado tanto de los excesos del boom como de lo peor de la caída.
La crisis macroeconómica boliviana añade capas adicionales de complejidad a esta ecuación. La escasez de dólares estadounidenses ha creado un mercado paralelo donde las transferencias internacionales pueden costar hasta 70% en comisiones, una fricción operativa que convierte actividades básicas como pagar licencias de software o contratar servicios en la nube en ejercicios de supervivencia financiera. Para una startup tecnológica, inherentemente globalizada en sus necesidades operativas, esta restricción cambiaria representa un obstáculo más formidable que cualquier barrera regulatoria tradicional.
Sin embargo, precisamente en este entorno restrictivo, el gobierno boliviano ha tomado decisiones sorprendentemente progresistas. El Decreto Supremo 5384 estableció el primer marco regulatorio formal para empresas fintech, creando un sandbox que permite experimentación controlada. Más audazmente aún, una resolución de 2024 revocó la prohibición de larga data sobre criptoactivos, posicionando a Bolivia como un caso único en la región donde la claridad regulatoria coexiste con severas restricciones macroeconómicas.
Esta yuxtaposición crea lo que los analistas llaman una "ventaja asimétrica", una oportunidad de arbitraje regulatorio que podría atraer empresas internacionales buscando marcos legales claros. No obstante, la implementación práctica enfrenta la paradoja fundamental de la crisis cambiaria: las empresas de criptomonedas pueden ser legalmente bienvenidas, pero si no pueden convertir moneda local a dólares de manera confiable, su modelo de negocio se desmorona.
El fondo gubernamental de startups representa tanto una oportunidad como un riesgo estratégico. Con 18.1 millones de dólares, podría financiar toda una generación de empresas en etapa inicial, pero su enfoque explícito en la "sustitución de importaciones" plantea interrogantes sobre la viabilidad a largo plazo. Existe el peligro de crear lo que los expertos denominan "startups bonsái": empresas artificialmente cultivadas para prosperar en un mercado local pequeño y protegido, pero incapaces de competir en el ecosistema regional abierto.
Los sectores donde Bolivia podría desarrollar ventajas competitivas genuinas emergen de sus recursos naturales únicos y posición geográfica. Las reservas de litio más grandes del mundo ofrecen una base natural para startups de tecnología verde, como Mobi, que desarrolla soluciones de movilidad eléctrica. La sólida base agrícola del país crea oportunidades para empresas como PanalFresh, que conecta agricultores con mercados urbanos usando tecnología. Estos sectores representan la intersección ideal entre ventaja nacional, alineación con prioridades estatales y atractivo para inversores internacionales enfocados en sostenibilidad.
La profesionalización del ecosistema boliviano depende críticamente de organizaciones como BOCAP, la Asociación Boliviana de Capital Semilla y Emprendimiento, que actúa como puente entre el talento local y los fondos regionales. Sus miembros, incluyendo Babasú Ventures e iThink VC, representan la primera generación de proveedores de capital profesionalizados locales, esenciales para superar el aislamiento histórico del ecosistema.
Las historias de éxito individuales, aunque limitadas, proporcionan evidencia crucial de que es posible construir empresas escalables en este entorno desafiante. UltraGrupo aspira a convertirse en el primer unicornio boliviano, mientras que Yaigo demostró una vía de salida viable al ser adquirida por la multinacional Yummy. Bairu.io validó la calidad del talento local al convertirse en la primera startup boliviana aceptada en el programa global de Techstars. El camino hacia adelante requiere navegar cuidadosamente entre el apoyo estatal y la dependencia excesiva de él. Bolivia no puede competir frontalmente con Brasil o México en sectores saturados, pero puede construir nichos defendibles en áreas donde posee ventajas únicas. El verdadero desafío reside en usar el financiamiento gubernamental como catalizador para empresas con potencial de exportación, no como subsidio para mercados protegidos.
La crisis de liquidez que afecta a toda América Latina se manifiesta de manera particularmente aguda en ecosistemas emergentes como el boliviano. Con solo 79 salidas registradas en 2024 a nivel regional, comparadas con 112 en 2021, los inversionistas de capital de riesgo enfrentan dificultades crecientes para generar retornos. Esta situación crea un círculo vicioso donde la falta de salidas reduce la disponibilidad de capital nuevo, concentrando las inversiones en mercados más seguros y maduros.
Para Bolivia, esto significa que la construcción de un ecosistema sostenible debe comenzar con la premisa de que el capital internacional será escaso y selectivo. Las startups bolivianas deben demostrar no solo viabilidad local, sino potencial de escalabilidad regional desde etapas tempranas. Esto requiere un cambio fundamental en la mentalidad emprendedora, desde resolver problemas puramente locales hacia crear soluciones que puedan exportarse.
La educación y el desarrollo de talento emergen como limitaciones críticas. El ecosistema boliviano sufre de una desconexión notable entre las universidades y las necesidades del sector tecnológico, una brecha que el financiamiento gubernamental podría ayudar a cerrar mediante programas de formación co-diseñados con startups líderes.
La historia boliviana ilustra una verdad más amplia sobre el desarrollo de ecosistemas emprendedores en economías emergentes: el crecimiento sostenible requiere un equilibrio delicado entre intervención estatal y dinámicas de mercado. Demasiado apoyo gubernamental puede crear dependencia y distorsiones, mientras que muy poco puede dejar a los emprendedores sin los recursos básicos necesarios para competir.
En última instancia, el experimento boliviano representa un caso de estudio fascinante sobre cómo los países más pequeños pueden intentar construir relevancia tecnológica en un mundo dominado por gigantes regionales. Su éxito o fracaso proporcionará lecciones valiosas sobre los límites y posibilidades de la ambición estatal en la era del capital de riesgo recalibrado.
El dilema boliviano no es simplemente sobre dinero o regulaciones, sino sobre identidad económica en un mundo interconectado. La pregunta fundamental que enfrenta no es si puede crear un ecosistema de startups, sino si puede crear uno que importe más allá de sus fronteras. La respuesta determinará si Bolivia se convierte en un caso exitoso de desarrollo tecnológico impulsado por el estado o en una lección de advertencia sobre las limitaciones de la ambición desconectada de la realidad del mercado global.
Marcelo Camacho Herrera es experto en startups y emprendimiento.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.