
n Bolivia, donde la política y la economía colisionan en distintos ambientes, el ecosistema de startups de Bolivia ha experimentado un viaje extraordinario de volatilidad que haría marear incluso a los capitalistas de riesgo más experimentados.
Durante los últimos años, el panorama emprendedor del país se ha parecido menos a un ascenso constante y más a una montaña rusa a través de los picos y valles de la fortuna económica, convirtiéndose en un microcosmos de las luchas más amplias de América Latina con la fragilidad estructural y la dependencia externa.
Los números revelan una narrativa de oscilaciones dramáticas que serían extraordinarias en cualquier lugar, pero resultan particularmente llamativas en una nación sin salida al mar mejor conocida por sus reservas de gas y litio que por sus ambiciones digitales.
En 2019, Bolivia contaba con 152 startups activas. Para 2022, esta cifra había aumentado a 185, un incremento aparentemente modesto que enmascara una turbulencia considerable bajo la superficie. Ese año presenció el lanzamiento récord de 106 nuevas empresas, solo para ser testigo de 89 disoluciones al año siguiente, la cifra más alta hasta la fecha.
Esta montaña rusa empresarial no es producto del capricho o la especulación descontrolada, sino el reflejo directo de un país atrapado entre la aspiración digital y la realidad macroeconómica.
La pandemia de Covid-19 actuó como un catalizador paradójico: mientras devastaba sectores tradicionales como el turismo y los servicios, aceleraba masivamente la adopción digital en un país donde ocho de cada diez trabajadores ya operaban en la economía informal antes de la crisis. Esta digitalización forzada creó oportunidades percibidas que muchos emprendedores se apresuraron a capitalizar durante la aparente recuperación de 2022.
Sin embargo, el optimismo demostró ser efímero. A partir de 2023, Bolivia se sumergió en una profunda crisis económica caracterizada por el agotamiento de las reservas de divisas, una grave escasez de dólares estadounidenses y una inflación galopante que alcanzó niveles no vistos en décadas. Para las startups, tradicionalmente dependientes de servicios internacionales como el alojamiento en la nube y las licencias de software, el impacto fue devastador. Los costos se dispararon mientras la demanda interna colapsaba debido a la erosión del poder adquisitivo de los consumidores.
Esta crisis expuso una verdad incómoda sobre el ecosistema boliviano: su extraordinario dinamismo emprendedor estaba construido sobre cimientos extraordinariamente frágiles. La tasa de nuevos actores, que mide cuántas startups mueren por cada 100 que se crean, alcanzó niveles alarmantes. En 2022, esta tasa llegó al 152%, indicando que por cada startup creada en 2021, 1.52 startups cerraron en 2022. Para 2025, aunque la cifra había bajado al 93%, seguía reflejando un ecosistema donde la supervivencia empresarial permanecía como una lucha constante.
Igualmente reveladora es la evolución de la disposición hacia la innovación, que mide el dinamismo del ecosistema a través de la tasa de creación de nuevas empresas. Después del pico del 68% en 2022, este indicador se desplomó al 37% en 2024, llegando al 23% en 2025, su nivel más bajo del período. Este colapso refleja no solo la cautela comprensible ante un entorno entorno económico hostil, sino también el agotamiento del "optimismo pandémico" que había impulsado la ola de emprendimientos digitales.
Quizás más significativo es el índice de disposición a emprender frente al riesgo, que equilibra el optimismo de la creación contra la cruda realidad del fracaso. Su caída del 55.10% en 2024 al 24.57% en 2025 representa el punto más bajo desde 2021, revelando cómo la prolongada crisis económica finalmente aplastó el apetito por el riesgo en todo el ecosistema. Este indicador captura la esencia del momento actual: un ecosistema depurado de sus actores más frágiles, pero paralizado por la incertidumbre.
El ecosistema de financiamiento ha seguido una trayectoria igualmente turbulenta. Los primeros años se caracterizaron por la dependencia casi total de las "3 Fs" (amigos, familia y tontos), junto con la autofinanciación. Sin embargo, el período también fue testigo de la emergencia de actores más sofisticados. Fondos pioneros como Escalatec y Babasú Ventures comenzaron a profesionalizar el proceso de inversión, mientras que eventos como el Venture Capital & Investment Summit Latam pusieron a Bolivia en el radar de inversores regionales. Startups como DeltaX y Koban lograron atraer capital de fondos internacionales, demostrando que era posible trascender las limitaciones del mercado local.
No obstante, la crisis boliviana de 2023-2025 reafirma la hipótesis de los inversores tradicionales locales, indistinto al “invierno de financiamiento” que sufre toda la región. Los inversores internacionales se volvieron más cautelosos debido al riesgo país que sufre Bolivia, siendo testigos de cómo la liquidez de los inversores locales menos ortodoxos se vio mermada. Este entorno adverso forzó una "huida hacia la calidad", donde solo las startups más resilientes y con modelos de negocio probados podían aspirar a conseguir financiamiento.
La red de apoyo no financiero también mostró un crecimiento cuantitativo notable, con el número de incubadoras aumentando de tres en 2019 a diez en 2022, antes de estabilizarse en siete para 2024. Sin embargo, este crecimiento numérico no se tradujo necesariamente en mayor eficacia. La fragmentación geográfica persistente entre La Paz, Cochabamba y Santa Cruz y un desajuste estructural, el cual muestra la alta concentración de apoyo en startups ya establecidas, dejando un vacío crítico en la etapa de concepto y prototipo.
El rol del Estado ha sido históricamente pasivo, cuando no obstructivo. Sin embargo, desarrollos recientes sugieren un cambio tentativo hacia una postura más proactiva. La creación del marco regulatorio para empresas de tecnología financiera y el lanzamiento del Fondo de Inversión del Banco de Desarrollo Productivo marcan los primeros pasos formales del gobierno hacia el apoyo del ecosistema de innovación. No obstante, estas iniciativas han sido principalmente reactivas, llegando años después de que el sector privado ya hubiera desarrollado y validado estas verticales.
La situación actual del ecosistema en 2025 refleja esta compleja evolución. Con 155 startups activas, el número ha retornado prácticamente a los niveles de 2021, sugiriendo que el auge de 2022 fue una anomalía más que una nueva normalidad. Sin embargo, las empresas supervivientes representan una cohorte más fuerte y probada en batalla. Han sido sometidas a una prueba de estrés macroeconómica que eliminó a los actores más débiles y ha sentado, paradójicamente, una base más sólida aunque más pequeña para el futuro.
Las recomendaciones que emergen de este análisis reconocen tanto las limitaciones como las oportunidades del contexto boliviano. Para los formuladores de políticas, la prioridad absoluta debe ser la estabilidad macroeconómica, sin la cual cualquier política de innovación específica resulta ineficaz. La creación de una "Ley de Startups" que simplifique drásticamente los procesos burocráticos y ofrezca incentivos fiscales podría complementar estos esfuerzos, junto con una potenciación del fondo del BDP para que opere con la agilidad de un fondo privado.
Para los inversores, el contexto boliviano requiere un enfoque diferente al de mercados más maduros. Las métricas de eficiencia de capital y la capacidad demostrada de navegar crisis son tan importantes como el potencial de crecimiento. El desarrollo del flujo de proyectos pre-semilla y la promoción del corporate venturing emerge como prioridades críticas para nutrir la próxima generación de empresas invertibles. Los fundadores, por su parte, deben construir para la resiliencia antes que para el crecimiento explosivo.
En un mercado donde las rondas de inversión millonarias son excepcionales y las crisis macroeconómicas son recurrentes, la eficiencia del capital se convierte en la principal ventaja competitiva. Pensar regionalmente desde el primer día no es solo una aspiración, sino una necesidad para superar las limitaciones del mercado doméstico.
La historia del ecosistema de startups boliviano durante 2019-2025 es, en última instancia, una parábola sobre la tensión entre la ambición emprendedora y las realidades estructurales. Es la historia de un país que aspira a la transformación digital mientras lucha con desafíos fundamentales de estabilidad económica y desarrollo institucional. Sin embargo, también es la historia de una notable resiliencia: la capacidad de un ecosistema para sobrevivir, adaptarse y, gradualmente, madurar bajo condiciones extraordinariamente adversas.
El ecosistema que emerge en 2025 es más pequeño pero más sabio, más cauteloso pero más sostenible. Ha aprendido que la supervivencia precede al crecimiento, que la eficiencia supera a la velocidad, y que la resiliencia es más valiosa que la escala.
Estas lecciones, aunque dolorosas, podrían resultar ser los cimientos de un ecosistema verdaderamente maduro, uno capaz no solo de prosperar en tiempos de bonanza, sino de sobrevivir y evolucionar cuando los vientos económicos cambian de dirección.
Marcelo Camacho Herrera es experto en startups y emprendimiento.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.