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asará como dato coincidente: los presidentes de Bolivia en su año centenario nacieron en La Paz. Bautista Saavedra Mallea, sorateño de nacimiento y formado en el colegio Ayacucho tenía 55 años cuando Bolivia festejaba su primer centenario de vida republicana. Luis Arce Catacora, también paceño, estudiante del Instituto Bancario y la Universidad Mayor de San Andrés, comandará los festejos del Bicentenario a los 61 años.

Otro elemento coincidente: la pobreza, con rasgos de miseria, representa el mayor desafío de sus gestiones al frente del país. Saavedra heredó la mala gestión de los liberales y el periodo de pobreza del planeta tras la Primera Guerra Mundial. Al problema de la depresión se añadía el de la deuda heredada de los gobiernos liberales. Para iniciar obras públicas que prestigiaran su gobierno, se contrató el empréstito Nicolaus, quizás el más célebre y oneroso en la historia boliviana. El empréstito con la Stiffel Nicolaus, Equitable Trust Company y Spencer Trask Company se elevaba a 33 millones de dólares, emitiendo el Estado obligaciones al 8%.

Un siglo más tarde, Arce clama, reclama y pronto exigirá contraer más deudas, para salir del ahogo, porque la escasez de dólares, la elevación de la canasta familiar y la subvención a los carburantes lo ha puesto contra las cuerdas, en un año electoral donde abundan las críticas y escasean los aplausos, pese a que la propaganda gubernamental trate de decir lo contrario.

La masacre de Uncía (1923), ocasionada por el creciente despertar de la conciencia de clase de los trabajadores del subsuelo, y la masacre de campesinos de Jesús de Machaca (1921) fueron pruebas del espíritu antipopular que inspiraban los gobiernos republicanos, del que Saavedra era su máximo exponente.

Arce trató de superar con guante fino los problemas como el bloqueo de caminos y las marchas propiciadas por su padrino y ahora principal detractor. Claro está que la factura no la pagó él, sino la población, que sufre una acelerada pérdida del valor adquisitivo de su dinero.

Existe un hecho que puede converger a ambos es el de las aerolíneas. Saavedra que se prorrogó en su mandato siete meses más para lucir como presidente en el Centenario no pudo cortar la cinta de inicio de Lloyd Aéreo Boliviano en septiembre de 1925 (la segunda línea aérea en Sudamérica). El predecesor de Arce y él mismo, como ministro de Economía, asistió al sepelio de esa línea aérea para crear luego la empresa BoA, de la que tanto y tan mal se habla en el país.

Pero, hay un hecho que diferencia a ambos. Saavedra se buscó un sucesor (Villanueva) y un vicepresidente que le proteja las espaldas (su hermano Abdón Saavedra). Éstos ganaron las elecciones, pero sus adversarios voltearon la torta y salió elegido Daniel Salamanca. Arce no parece tener un sucesor, no son buenos los augurios para intentar la reelección; tiene siete meses por delante para aupar a algún candidato o patear el tablero eleccionario.

El “Cholo” Saavedra, a quien Tristán Marof destroza cuando lo describe físicamente, creyó haber encandilado a los trabajadores, artesanos y clase media, pero pronto fue apartado del poder y olvidado. La historia actual ampliará los conceptos que las redes sociales esbozan sobre Luis Arce a quienes sus amigos llaman “Lucho”. En este punto prefiero hacer mía la reflexión de la notable historiadora española Marta Irurozqui, a quien le encandiló la historia de Bolivia. Ella decía: “la historia política boliviana, al menos hasta 1952, sí estuvo dividida entre élites plutocráticas y políticas, por una parte, y masas plebeyas e indígenas, por otra. Aquéllas utilizaban como instrumento proselitista a éstas, y éstas derrocaban a aquéllas cuando veían que hacían un uso abusivo del poder… Así pues, con todo, con los matices y los entramados que la historia tiene en sí, es innegable que hubo dicotomías en la historia”. Pienso que este análisis vale para 2025.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.