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Siguiendo los pasos del brasileño Malba Tahan, aquel de “El hombre que calculaba”, le decía a mi amigo. “Mira, de los 28 que van sentados en este bus, 23 son jóvenes menores de 25 años y ninguno le cede asiento a esta decena de viejos que viaja tambaleando aferrados al pasamanos; es más, todos están con las nucas gachas, ignorando el entorno, porque el celular es fuente de su concentración”.

“Otros tiempos mi hermano. Tienes una visión muy adultocentrista, muchas cosas van cambiando y alguno que otro valor se mantiene incólume”, me replicó mi compañero ocasional de viaje. “Sería bueno que uno de los candidatos a las elecciones de agosto vea esta imagen; seguramente cambiaría su discurso”, siguió.

Para las elecciones de agosto están habilitados para votar 7.332.925 personas; de ellas, más o menos 4,8 millones pertenecen al grupo joven entre 20 a 45 años y 1,9 millones oscilan entre los 45 a 64 años, según los datos del último Censo.

En otras palabras, el grueso de la población votante es de los jóvenes que viajan cómodamente sentados con el celular en la mano ignorando al resto. La mayoría de éstos solo conoce al MAS que está dos décadas en el gobierno y habrán escuchado cientos de veces los nombres de Evo Morales, Luis Arce y García Linera; en tanto los nombres de Tuto, Doria Medina y Manfred entre otros, pertenecen al Antiguo Testamento y aunque Andrónico es nuevo, lo conocen poco.

Este gran grupo de jóvenes de votantes pertenecen al grupo de personas nacidas en la era de las pantallas, son usuarios inquietos de las redes sociales, poco centrados, con atención flotante y multitasking (es decir, realizan más de una tarea al mismo tiempo). Leen poco o casi nada. Su vista está más adaptada a los dispositivos electrónico que al papel. Dedican varias horas a los videojuegos y la televisión.

Los que tienen más posibilidades económicas, disponen de dispositivos móviles propios como smartphones y tablets. Sus sistemas de entrada instintivos son mucho más audiovisuales que textuales. Además, son hábiles en el manejo de ordenadores y muchas veces asesoran a sus padres y abuelos en los hogares en cuanto al uso de las nuevas tecnologías.

Mucho de lo que se les dijo en aulas de colegio o universidades les entra por un oído y les sale por el otro. En el país se está casi en pañales la implementación de proyectos y políticas de las investigaciones y demás innovaciones producidas por el mundo académico. En las universidades se ofrecen conferencias verbales agotadoras en locales cerrados, como si no existiera internet y el trabajo colaborativo no estuviera definiendo al siglo.

Aprender se ha convertido en una aburrida obligación en los marcos del sistema de enseñanza tradicional. Los estudiantes se involucran poco, porque no sienten que su opinión importa para definir los destinos de su propia formación y se contentan con la nota 51; además, no es un país donde se imponga la meritocracia, porque campea la partidocracia.

Me apoyo en el pensador Zygmunt Bauman, para afirmar que vivimos en una sociedad sólida (que le cuesta cambiar), mientras los jóvenes de otros países están en la denominada sociedad líquida. ¿Cómo entender esto? Se puede decir que el individuo de la modernidad pesada (la sociedad industrial) se desarrollaba en instituciones fuertes con co-presencia de sus miembros como la familia o asociaciones de cualquier tipo, la de la modernidad líquida establece vínculos más livianos legitimados por valores individualistas. Las pautas y valores éticos se relativizan en la modernidad líquida para ofrecer mayor libertad de acción al yo, “aquí” y “ahora”. Por tanto, no le hablen tanto de ceder asiento, respetar al anciano y otros valores.

En pocas palabras, si me habría aventurado a levantar la voz en ese bus pidiendo asiento para una decena de ancianos, la mayoría me ignoraría, otros me mirarían con signo de compasión y tal vez alguno cedería su asiento a regañadientes, a personas que están viviendo tiempo adicional de su vida.

¿Cuáles son las necesidades de esos cinco millones de votantes? ¿Qué tipo de país esperan? ¿Qué tipo de gobierno esperan? Una tarea pendiente para los candidatos, empeñados por el momento en descalificar al adversario. Parece que no se trata de tener un candidato joven con ideas viejas, porque presumiblemente un viejo con ideas nuevas lo haría mejor.

Por supuesto que hay que cambiar cuanto antes el actual modelo educativo que nos ha llevado al acriticismo. Dura tarea para los candidatos deberían pensar más en esta nueva generación, en un país joven como el nuestro, con un promedio de edad de 23 años. Por lo pronto sería bueno escucharlos para luego elaborar un plan de acción que derivarán en varios proyectos.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.