
ara concluir su mandato en noviembre de este año, el presidente Arce requiere 2.600 millones de dólares; 1.800 millones de este monto destinados a la importación de combustibles. Sin embargo, los representantes de la fragmentada Asamblea Legislativa Plurinacional todavía no dan brazo a torcer, para viabilizar la aprobación de créditos internacionales, porque califican como insuficiente el informe económico del gobierno.
Si comparamos la deuda de Bolivia con los países que nos rodean nos encontramos que estamos en el mismo nivel que el resto. Nuestra deuda llega a los 13.450 millones, cuyos intereses se los ha ido pagando con regularidad. La deuda de Brasil alcanza los 718. 861 millones; la de Argentina es de 276.137 millones, Colombia 201.000 millones; Ecuador 58.167; Perú 164.748 y Paraguay 15.849 millones para situarnos en el contexto sudamericano.
Sirva como referencia la fiesta del Gran Poder, que es el evento de la ostentación, donde intervienen muchos que tienen un buen colchón económico, otros que ahorran para esas jornadas de lucimiento y también bailan los que no quieren quedar en el anonimato, de manera que se prestan para mostrar que ellos también pueden darse este lujo. La cereza en la torta la puso el alcalde y su grupo, quienes tenían detrás del palco, bebidas y comidas en abundancia.
Un apunte más: para cargar gasolina a sus vehículos, los transportistas tienen que esperar un par de días, otros una jornada y los afortunados entre tres y cuatro horas, exceptos los avivados policías que ingresan cuando les viene en gana y no tardan más de cinco minutos (no todos). El dato curioso es que muchos pagan con “vales”; los favorecidos son las autoridades de diversos rangos de los 56 viceministerios y otras entidades estatales. Al cargar gasolina, luego de larga espera, advertí que uno de los conductores tardó 20 minutos en llenar su tanque porque iba pagando con vales de 10 bolivianos y para cada operación, firmaba y recibía el comprobante; naturalmente se negó a responder de qué ministerio era y el coche no llevaba ningún distintivo; a mi izquierda, otro conductor también pagaba con un vale y quien me seguía en la fila también portaba un vale; de manera que pocos fuimos los que pagábamos con dinero en efectivo. La pregunta: ¿son tan paupérrimos los ministros, viceministros, directores y jefes de unidad que aparte de los jugosos sueldos reciben vales diarios para gasolina?
Ese es el punto: el gasto público. No me refiero a los profesores y personal de salud, sino a quienes socavan el presupuesto del país, a los viajes insulsos, a los gastos de representación, viáticos y vales. El gobierno ha jugado a la sordera frente a los múltiples reclamos para que gobierne con austeridad e invierta en lo que corresponde el dinero que recibe de préstamo. Parece que se recurre a la deuda para sostener un estilo de vida que no se corresponde con nuestros niveles de ingresos, con la intención de demostrar estar bien y enmascarar nuestra situación económica. Este comportamiento de financiar el consumo y endeudarnos para pagar otras deudas es el más grave de los errores financieros.
La deuda no es mala de por sí. Lo malo es no identificar y establecer claramente para qué necesitamos asumir un compromiso financiero. El crédito es dinero de terceros y nuestra obligación es pagarlo puntualmente. Independientemente de quien nos haya otorgado el crédito. El vilipendiado economista Keynes no veía la deuda externa como un tabú, sino como una herramienta potencial que podía ser utilizada para estimular la economía y combatir el desempleo, siempre y cuando se gestionara de manera responsable; tomando en cuenta, además, sus posibles consecuencias a largo plazo.
Arce pasará la posta a su sucesor con una deuda que superará seguramente los 15 mil millones de dólares y una marca de incierta seguridad jurídica para los inversores que vienen del exterior.
Recurro a una frase del economista Hinkelammert: "El que las deudas sean impagables no es una catástrofe para el acreedor, al contrario. Quien puede pagar sus deudas, las paga y sigue siendo un hombre libre. Pero quien tiene deudas impagables pierde su libertad. Cae en la esclavitud: las deudas impagables han convertido a América Latina en un Sísifo que nunca llega al lugar que desea y a quien nunca se permite descansar.
Tal vez no sería conveniente bailar en el Gran Poder económico y prestar mayor atención al ahorro y la inversión, recortar los gastos para que la deuda deje de ser un mecanismo de exacción de recursos hacia los centros prestamistas y de imposición de políticas desde los órganos prestamistas.
Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.