
l problema educativo en nuestro país no es sólo económico (se tiene un buen presupuesto, un 8,5% del PIB, pero no una adecuada administración ya que faltan ítems, equipamientos, conectividad, etc.), ni cuantitativo (en primaria bordeamos la universalidad educativa, falta ampliar el nivel inicial y en secundaria hay que frenar el rezago y el abandono estudiantil), el problema es, fundamentalmente, de calidad y resolver los graves problemas estructurales al interno de la educación que la afectan es responsabilidad y competencia de sus autoridades y del magisterio.
Los resultados que la escuela está logrando en los estudiantes son de mediocres para abajo. La prueba diagnóstica aplicada por el OPCE el año 2023, a estudiantes de sexto de secundaria, muestra que de 100 puntos en las pruebas de matemática, física y química, los estudiantes apenas logran puntajes menores de 30 puntos (tres estudiantes de 100 aprueban los tests). En lectura “la mayoría se encuentra en niveles medios y bajos, evidenciando dificultades en distintos aspectos de la comprensión lectora” y es obvio quien no sabe leer no entiende lo que lee y no puede aprender otras asignaturas. En escritura “un alto porcentaje de bachilleres bolivianos tienen un dominio deficiente de la producción escrita evidenciada por dificultades en la organización de ideas, cohesión textual y corrección gramatical”.
Según el estudio “Situación de la educación en Bolivia Un aporte de la sociedad civil en educación 2024” de la Campaña Boliviana por el Derecho a la Educación (CBDE), “La proporción de estudiantes que avanzan en edad disminuye conforme se avanza en la secundaria”. De 100% de estudiantes que iniciaron sus estudios el año 2011, solo concluyeron el 58,5% sin interrupciones. El resto, 22,3% se encontraba rezagado (repitentes) y un 19,2 abandonó sus estudios, es decir 41,5% de los estudiantes enfrentan algún tipo de interrupción en su tránsito educativo.
Los datos anteriores muestran que la escuela no está cumpliendo, adecuadamente, su rol de intermediación entre la familia y la sociedad, es decir el rol de preparar a los niños y jóvenes para enfrentar los desafíos de la sociedad y aportar al desarrollo del país.
La escuela es el espacio, fuera de la familia, en el que se concretiza la autoridad natural de los adultos respecto de los niños y jóvenes. Esa relación jerárquica generacional se expresa, además porque los adultos tienen conocimientos sistematizados y experiencia de vida necesarios para formar a las nuevas generaciones que se preparan en la escuela para, a futuro, asumir sus responsabilidades en la sociedad.
El igualitarismo o amiguismo de estudiantes y maestros ha relajado el sentido de autoridad y por tanto los valores de responsabilidad y disciplina al interior de la escuela. No se trata de volver a la escuela prusiana con castigos corporales y disciplina militar (aunque muchos colegios expresan ese espíritu expresado en sus “bandas de guerra”), sino de hacer de la escuela el espacio de aprendizaje dialógico y respetuosos de los valores de responsabilidad, esfuerzo, disciplina junto con los aprendizajes de las ciencias.
Una escuela con valores éticos y democráticos que no le quite la importancia del esfuerzo, la disciplina, la perseverancia y el ejercicio en sus actividades de aprendizaje. Las experiencias de escuelas comunitarias, sin aparente jerarquía, no trascienden de su nivel experimental puntual o fracasan dejando una estela de frustraciones en jóvenes que vivieron un ideal en la escuela, pero que la realidad, después, les exige otras respuestas para las que no estaban preparadas. (La experiencia de Summerhill es ilustrativa en este sentido).
Es necesario poner límites a las actividades extracurriculares. Lo de los 200 días de clases es una referencia utópica. Se calcula que, entre preparación de horas cívicas, de desfiles escolares, reuniones, paros o huelgas, feriados cívicos u otros santorales y actividades extracurriculares menores se pierden cerca de 35 días, lo que resulta una estafa ya que reduce el tiempo asignado a los estudios. No se trata de eliminarlas, pero deben disminuirse el protagonismo que tienen y la cantidad de tiempo que están escamoteando.
Una escuela que desarrolle pensamiento crítico, es decir que forme estudiantes con capacidad de discernir entre lo falso y verdadero, entre lo correcto o incorrecto, entre lo real y lo imaginario, sabiendo que estas categorías tienen subjetividades que matizan las percepciones. La sociedad ha entrado en una dinámica de sobreabundancia de información, muchas veces breves, que circulan a mucha velocidad, unas tras otras y la gente (los estudiantes) se ven atosigados con tanta información que lo único que hacen es leerlas, sin procesarlas ni analizarlas, similar al consumismo desenfrenado que se vive en otros espacios. Frente a esta situación la escuela tiene que saber manejar este maremágnum de información y desarrollar los mecanismos de lectura comprensiva, de pensamiento crítico y de ejercicios de reescritura de lo que se lee.
Una escuela que tenga claro los roles que cumplen los directores, los maestros y los padres de familia (juntas escolares). Lamentablemente estos roles se han entrecruzado y ejemplos sobran. Es necesario precisar mejor esos roles y, entre ellos, liberar a los directores de las tareas administrativas que le toman demasiado tiempo y darle mayor responsabilidad en las actividades pedagógicas y de seguimiento en aula, afín de tener conocimiento claro de lo que sucede en ese ambiente.
Todos estos factores ponen en evidencia que el rol de intermediación de la escuela se ha devaluado, su servicio no es de calidad y la formación que reciben los estudiantes es mediocre. Urge resolver esta situación si no queremos seguir formando generaciones de analfabetos funcionales, es decir, gente prescindible de las definiciones económicas y sociales que requiere el país dando lugar a élites patrimoniales que asumirán el rol dirigente y estratificando grupos sociales con desigualdades o brechas profundas difíciles de superar.
Edgar Cadima Garzón es matemático y educador.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.