
l fanatismo se define como “una pasión desmedida y obsesiva hacia una causa, una idea, una persona o un grupo, que puede llevar a comportamientos extremos y a menudo irracionales”. Este concepto calza, exactamente, con el fanatismo hacia el “pibe” Maradona; un excelente futbolista que marcó época. Su hinchada fanática le reconocía sólo los méritos y destrezas en cancha y se desentendía, ocultaba o justificaba sus conductas y actitudes incorrectas en ella y fuera de ella. No importaba que hubiera ganado un campeonato con un gol de dudosa actuación (todos ellos creen que ahí intervino “la mano de Dios” para así sacralizarlo), ni que tuviera sus excesos con la droga, el alcohol, una vida de lujo y excentricidades o sus relaciones con dictadores. No importa lo que hizo, él era la estrella y su hinchada fanática solo veía al diestro futbolero.
Con los equipos de futbol sucede lo mismo. Los hinchas aman su equipo, se identifican con el color de su camiseta. No importa quien sea el presidente del club, el capitán del equipo o si sus ídolos siguen ahí o los han transferido. No importa, es el equipo, a ciegas, lo que importa.
Algo similar ocurre con la militancia de muchas organizaciones políticas. Es el partido y su color lo que importa. Muchas veces no importa quien sea su líder, si es honesto o un corrupto de siete suelas, si es un charlatán enredoncio o un pedófilo. No importa si sus candidatos siguen en su partido o ya se han transferido a otro o si alguno de los acólitos del jefe está jugando a tres cartas o es una persona inteligente y capaz. Poco importa todo ello. Lo que importa es la organización (no son partidos), el amor al color que los identifica en la papeleta electoral (rosado, azul, verde, naranja, etc.) y pare de contar. Lo mismo se puede decir sobre algunos líderes políticos que tienen conductas de estrella de futbol y parece importar poco lo que hagan. Dirigentes que han pasado 30 años haciendo política de dientes para afuera, sin ningún esfuerzo por construir una organización y, de pronto, quieren ser candidatos que ofrecen “el oro y el moro” prestándose siglas para poder participar en las elecciones y amontonar militancia dispuesta a gritar “vivas” ensordecedores. Así, en lugar de Maradona pongan ustedes a Evo o cualquier equipo en lugar del MAS y van a encontrar similitudes interesantes.
La militancia de las organizaciones políticas convertida en “hinchada política” no se interesa por el debate interno, la capacitación o la formación política, por los resultados de su gestión o por los desastres que ocasionan. No hay eficacia y eficiencia en su gestión, “le meten nomás” y no importa lo que resulte, total, pintaron algunas paredes para usufructuar alguna pega. Son masa de subordinados dispuestos a apoyar al mejor postor.
Es triste, pero así se encuentran muchas organizaciones políticas encabezadas por el MAS, en cualquiera de sus vertientes y muchos líderes que ahora se precian de precandidatos. Lamentablemente, CC que pudo haber marcado la diferencia construyendo una sólida organización política no pudo superar el desafío y se convirtió en una masa de gente sin estructura.
La descripción anterior corresponde a lo que se puede llamar una hinchada ingenua o sumisa, pero hay circunstancias, ahora más frecuentes, en las que la falta de conciencia política y las “necesidades con cara de hereje” se juntan y, al mejor estilo del mercado libre regulado por la oferta y la demanda, la hinchada fanática de un líder o de una organización se encuentran a disposición por unos pesos de por medio. Esta hinchada pagada puede estar un día apoyando a unos y al día siguiente al bando contrario. No importa. Lo que le importa al líder o a la organización es que haya una “masa” de gente gritando “vivas” y que llenen el punto de concentración. Muchos líderes no sólo conocen estas prácticas, sino que las alientan para mostrar un apoyo (artificial) y fortalecer su ego y el “autoengaño” que les permite continuar en carrera para terminar negociando algún espacio de poder.
El Bloque de Unidad, si realmente desea servir y sacar al país del fango moral y la crisis en la que nos ha metido el MAS y aportar a la reconstrucción del sistema de partidos debe considerar la importancia de convertirse en una organización política coherente que supere lo meramente electoral, en una institución política para la democracia con reglas internas claras de funcionamiento democrático, con mecanismos adecuados de participación y de toma de decisiones, con procesos y modalidades de capacitación y formación política en valores, en historia boliviana contemporánea, en el programa propuesto, en la gestión, la responsabilidad pública, etc; que tenga mecanismos de consulta interna atendiendo las demandas e iniciativas de la ciudadanía, con mecanismos para el surgimiento de nuevos líderes y que genere las condiciones para hacer de su militancia ciudadanos con pensamiento crítico, razonamiento lógico de causas, relaciones y consecuencias y capacidad de servicio. En suma, una organización política que tenga en sus filas ciudadanos con criterio y no hinchada borreguil manipulable. ¿Será mucho pedir? Bueno, no hay peor gestión que la que no se hace.
Edgar Cadima Garzón es matemático y educador.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.