. Arendt, en el primer capítulo “Judía y shlemihl” de su obra “Rahel Varnhagen. Vida de una mujer judía” expresa una idea sobre la esperanza muy apropiada para las actuales circunstancias: “La esperanza nos seduce, nos hace ir por el mundo buscando una grieta minúscula que las circunstancias pudieran haber dejado abierta; una hendidura, por estrecha que sea, que ayude a definir, organizar y articular y dotar de un centro a un mundo indefinido, porque de ella debe surgir lo inesperado, lo ansiado, bajo la forma de una felicidad concreta”.
La voluntad de unidad política, anunciada el pasado 18 de diciembre 2024 por los cuatro dirigentes de la oposición democrática, quiere expresar esa grieta o hendidura, aún estrecha o inicial, que ayude a definir, organizar, articular y dotar de un importante centro de referencia para la dinámica política nacional, tan necesario para encarar los desafíos del bicentenario (me refiero al bicentenario y no solo a lo electoral porque el desafío de reconstruir nuestro país tomará muchos, muchos años, incluidos muchos procesos electorales).
La unidad posible expresada en esa oportunidad, aquella que expresa la voluntad inicial de actuar juntos, a pesar de muchas diferencias entre sus componentes, no es algo acabado, como muchos quieren entender, ni acotado en todos sus alcances, ni cocinado para ser servido como menú, sino que es el inicio de un proceso de construcción que seduce, que nos exige el aporte de ideas, propuestas y acciones que puedan consolidarla.
A diferencia de algunos economistas neoliberales que buscan aplicar, mecánicamente, las reglas de la economía a la política, pensando que la competencia, como en el mercado de bienes materiales y precios, va a definir el rumbo de la unidad, la unidad posible busca hacer política con las reglas de la política.
La política, en tanto “arte de lo posible” es ante todo diálogo, debate, búsqueda de consenso y concertación para que pueda ampliarse la grieta como el ansiado canal por el que la ciudadanía pueda expresar y concretar su deseo de cambio. Será un proceso de trabajo de filigrana que exija dedicación, habilidad y tino que, tal vez con tropiezos iniciales, deberá ir tomando forma, ya que esta esperanza, esta intensión unitaria, al ser política es contingente y, así como puede ser un proceso promisorio, también puede tener dificultades, errores e incluso fracasos que, como Sísifo, nos obligue a retomar, cada vez que sea necesario, el desafío de la construcción de la unidad.
La unidad democrática no se construye en un mundo ideal y con recetas preestablecidas, sino que se construye en la realidad, con lo que hay y con quienes aceptan asumir ese desafío que es un proceso frágil, al inicio apenas colado con salivita, con tendencia “hegemonistas” o impositivas que deberán calmarse para dar lugar a los consensos.
Es normal que los líderes sigan en su proselitismo, tanto dentro como fuera del espacio unitario, para lograr ser el candidato de la unidad, pero ello deberá acabar una vez que se haya definido al candidato y volcar todos los esfuerzos para lograr la victoria.
La influencia que se pueda ejercer y las energías que se pueda brindar a este proceso, debieran tener como norte la posibilidad de ir superando las diferencias existentes entre las organizaciones componentes de la unidad de la oposición democrática, para que pueda convertirse en una Institución política con una visión estratégica y respuestas a la coyuntura, capaz de renovarse permanentemente, con posibilidades de alternancia en sus liderazgos de conducción, con capacidad organizativa y un permanente espacio de formación-capacitación política que, más allá del activismo, permita a sus componentes tener la preparación necesaria para asumir sus responsabilidades.
Se han dado los pasos iniciales y falta mucho aún por construir (propuesta programática, reglas y procedimientos internos, mecanismos de selección, recursos para el funcionamiento, mayor presencia juvenil y popular, etc.), pero esa esperanza de victoria no se vigoriza sola sino como resultado de procesos organizativos y acciones que le den rumbo a las ansias de triunfo de la ciudadanía frente a la kakistocracia del MAS.
La pequeña grieta de la esperanza nos invita a ampliarla y consolidarla para que la unidad posible de la ciudadanía democrática pueda transitar por ella y cambiar el rumbo del país, reconstruirlo, recuperar la idea del “bien común” y resolver los graves problemas por los que atraviesa la población boliviana. Tenemos esta posibilidad y hagamos el esfuerzo de fortalecerla; al final de cuentas, la esperanza es la último que se pierde y no todo está perdido en nuestra patria.
Edgar Cadima Garzón es matemático y educador.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.