sa fue la “idea fuerza” que usó el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) para constituirse, a principios de 1971, en una fuerza política que aglutinó a un conjunto de fuerzas políticas dispersas. Esa “idea fuerza” permitió que el Partido Demócrata Cristiano Revolucionario (PDCR) y las pequeñas agrupaciones ciudadanas (Espartaco, Grupo Octubre, izquierda independiente y varias personalidades) superaran sus diferencias y se fundieran para constituir una nueva identidad y organización política que dio cauce a la juventud de esa época que buscaba el espacio para hacer política y aportar al desarrollo del país.
Ese proceso de unidad no fue mecánico ni exento de contradicciones y desgajamientos. A pocos meses de iniciado el proceso, muchos dirigentes no lograron comprender la potencialidad de esa idea y abandonaron el barco en busca de respuestas más inmediatistas, pero el barco continuó navegando a pesar de los conflictos internos respecto al norte que debía seguir y a los avatares externos de una dictadura (la del Gral. Banzer 1971-78) que acababa de imponerse y que, para sus objetivos autoritarios, el MIR era una piedra en su zapato y había que eliminarlo.
Me he permitido esta breve referencia histórica para recordar que la idea de unidad no es nueva en nuestra vida política y que, bien encaminada, puede ser un importante factor para conducir nuestro país a mejores días ya que el poder de la unidad va más allá de respuestas inmediatas y trasciende los espacios de acción parcelada al juntar esfuerzos que generan sinergia positiva.
Pero, además de esa referencia que permite reflexionar sobre la unidad posible que se viene perfilando por iniciativa de los cuatro líderes que, el pasado 18 de diciembre 2024, firmaron la unidad de la oposición democrática.
A raíz de mi último artículo, “la esperanza de la unidad”, una lectora, con mucho escepticismo, comentó que “… la unidad no es un concepto que se encuentra en los genes de los bolivianos; en algún momento de la historia ese gen desapareció… simplemente no existe… salvo para sacar presidentes… o sea, hacerle el mal a alguien… mal muy justificado, por cierto.”
Coincido con que el concepto de unidad no se encuentre en nuestros genes, ni es una suerte de “chip” incorporado que nos permita actuar de manera predeterminada y hacer mecanicamente las cosas. Eso puede ser válido para los robots (e incluso allí puede tener sus fallas), pero no en la política. La política es contingente, es decir que puede o no conducirnos a objetivos determinados; nada es seguro, todo depende de mil factores y habrá que estar preparados, incluso, para el fracaso.
El concepto de unidad no es un “chip”, es una idea, una voluntad y un proceso que se inicia y toma forma en un contexto y momento determinados y ahora es cuando. La unidad posible que se viene construyendo es apenas el inicio de un proceso que irá tomando forma y cuerpo cuando se hayan tomado las decisiones importantes (reglas de juego internas, claridad de la propuesta programática, perspectiva de mediano/largo plazo, listas de candidatos, etc.). Es posible que frente a esas decisiones muchos adherentes a este proceso unitario abandonen el barco por muchas razones: que no se haya colocado la exquisita “coma” en la propuesta; que no queden satisfechos con las posibles ubicaciones en las listas; que su oportunismo no pueda ser justificado, etc.
Siempre habrá razones, válidas o no, para retirarse y ello no se explica por la falta de genes, sino porque la política es lucha de intereses que requieren consensos y disensos para avanzar. El esbozo de la unidad posible de la oposición democrática tomará forma una vez superada esa situación y, a partir de ello, se podrá construir, de manera más sólida, ese proceso unitario con la adhesión y participación de la ciudadanía que comprenderá mejor lo que se viene gestando.
Estas etapas de adhesión entusiasta y de desgajamientos prematuros son normales mientras ello no afecte el “núcleo”, el eje unitario que, por su fuerza gravitacional, debe mantener y fortalecer la esencia unitaria y atraer la atención no solo de otras organizaciones sino de la ciudadanía, que es ahí donde radica la verdadera fortaleza y el poder de la unidad.
Así, la unidad es un proceso histórico de acumulación de fuerza, de ejercicio de poder y no el efecto de un “chip” incorporado artificialmente. Es un proceso de construcción delicado y frágil, que requiere el cuidado y el aliento de todos para que, con su poder, fortalecido con la participación ciudadana, se pueda derrotar a la kakistocracia masista enquistada en el Estado.
Edgar Cadima Garzón es matemático y educador.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.