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ertenecen a un grupo especial, son algo más que animales, reciben los mismos nombres de los seres humanos, aunque ladran, corren, se alegran y entristecen, pero también orinan y dejan sus heces en las aceras, por una falta de responsabilidad de sus dueños que los sacan a pasear y no recogen lo que los animales defecan. En muchos casos, estos animales se han vuelto parte de la familia.

Dos hechos ocurridos casi simultáneamente golpearon los sentimientos de la comunidad boliviana; el primero, ocurrió frente a una veterinaria de Achumani, cuando un hombre golpeó a un pequeño perro y lo aplastó contra el piso; su propietario, horas más tarde, se disculpó a través de un video, luego de recibir duras críticas en las redes sociales. El segundo caso sucedió en la localidad de Yapacaní, hecho también denunciado a través de un video, donde se ve como una pareja arrastró, en una moto, a un perro con una soga atada al cuello, por varios kilómetros.

Estos casos mostraron el nivel de violencia de la sociedad, sin importar su grado de educación. El adulto de hoy fue el niño de ayer al que se le enseñó a ser violento, a sacar ventaja de su fuerza física o su condición social. Los psicólogos opinan que quienes fueron maltratados y sojuzgados en alguna oportunidad buscan repetir la situación invirtiéndola. 

Los casos presentados, sin mencionar nombres y sin ánimo de descalificar a los agresores, deberían ser motivo de análisis en los establecimientos escolares, para establecer líneas claras de orientación, que marquen el respeto al otro y en especial al más débil, en este caso los animales y plantas. En tanto, a los agresores se debería prohibirles tener animales de por vida, porque la conducta que asumieron debería tener un freno.

Por contrapartida, en la actualidad, surgieron algunas asociaciones sociales encargadas de la protección y de brindar métodos de adopción para los perros que viven en la calle o que han sido abandonados; otros construyen casitas de invierno y renuevan el agua en algunos envases. Estas actitudes merecen ser imitadas.

Me impactó en Italia un inmenso letrero en el que aparecía un can anciano con esta inscripción: È bello adottare un cane, ma è più bello se è vecchio (es bello adoptar un perro, pero es más bello si éste es viejo), ya que se le da una nueva oportunidad y se contribuye a reducir el abandono, pese a las necesidades especiales que pueden tener. ¡Cuántos perros abandonados se pasean por nuestras ciudades! 

Hace poco más de un siglo, el abogado George Vest pronunciaba un discurso cuya parte central decía: “Aquellos que están más cerca de nuestro corazón, aquellos a quienes confiamos nuestra felicidad y buen nombre, pueden convertirse en traidores. El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su perro”.

Estos hechos ingratos deberían ser motivo de reflexión a la hora de educar a nuestros niños y jóvenes; valdría la pena hacerles escuchar la canción de Alberto Cortez: Callejero; una canción con una inmensa filosofía de humanidad y que concluye con una extraña paradoja: al fin y al cabo, no era más que un perro.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.