
anaron el insulto, las diatribas y descalificaciones. Las plataformas de las redes sociales se convirtieron en terreno fértil para la proliferación del lenguaje ofensivo, posiblemente, porque muchos de los usuarios se sienten envalentonados por el anonimato en línea. A Tuto, Samuel, Rodrigo, Andrónico y el resto, les recordaron su negro pasado, les inventaron historietas y les llovieron las maldiciones.
Callaron los medios de comunicación en la propaganda política, respetando lo determinado por la Corte Electoral, pero se multiplicó la actividad en las redes sociales, en especial en TikTok, Instagram y Facebook, porque no se tiene la capacidad para controlar esos poderosos medios. En tanto, el Proyecto de ley que regula y sanciona el uso indebido de las redes sociales en todo el territorio del Estado Plurinacional de Bolivia, presentado por el diputado José Huanca, está archivado desde marzo de 2023, luce descontextualizado, carece de profundidad y no parece importarle a nadie.
Los investigadores aseguran que miramos las pantallas de nuestros teléfonos móviles un promedio de 150 veces por día, porque es la ventana que nos une al mundo; su rotura o pérdida puede conducirnos a una fuerte sensación de frustración. Vivimos enganchados a la red, en una práctica que parece ser bastante adictiva, especialmente cuando se hacen algunos usos de ella como el juego o la interacción a partir de redes sociales. En tiempo de elecciones a pocos les interesa la propuesta de los candidatos, pero se otorga carácter de veracidad a cualquier descalificación, aunque sea mentira, es más, tendrá validez en la medida que reciba muchos “me gusta”.
Desde hace un tiempo, las redes sociales son la arena de discusión política. Nos sacan tiempo, capacidad crítica, erosionan nuestra curiosidad, fomentan el tribalismo, multiplican las descalificaciones, a cambio de ningún beneficio. Algunos creen que las redes sociales se autorregulan conforme a las preferencias y decisiones de los usuarios. En el extremo contrario se ubican quienes desconfían de esta libertad tan amplia porque propician ejercicios abusivos de la libertad de expresión, así como arbitrariedades por parte de los propietarios de las redes sociales, que son particulares sin ninguna responsabilidad pública.
Hay un elemento que no puede pasar desapercibido. Es probable que la mayoría de los candidatos olvidaron los nuevos tiempos en la comunicación y como sostiene Vicente Verdú: “Nosotros pensábamos que la gente quería escuchar, y lo que quería era hablar”. Tal vez aquí radicó el éxito parcial del candidato que se impuso en la primera vuelta.
Sin embargo, hay un hecho que supera el mero acontecimiento circunstancial llamado elecciones generales y es el tema educativo, por lo que recurro al renombrado filósofo, antropólogo y especialista en semiótica Jesús Martín-Barbero quien apunta: En América Latina —aunque suene mal a oídos letrados— las mayorías se están apropiando de la modernidad sin dejar la cultura oral. Frente a la visión que identificó la modernidad con el libro, hasta identificar al hombre culto con aquel que lee mucho, en Latinoamérica las mayorías —incluso las que han sido alfabetizadas— no tienen ni cultural ni económicamente al libro como eje de su cultura cotidiana. Las investigaciones revelan que las gentes de clase alta asocian el libro y la lectura con tarea escolar. Una vez egresados de la escuela, el libro pasa a ser un elemento decorativo para el fomento de la imagen de “persona moderna”.
La escuela de hoy debe asumir que el desafío principal no es tecnológico ni el dominio de la Inteligencia Artificial. Lo que es urgente y decisivo no es introducir aparatos en la escuela, sino incorporar la escuela a la sociedad real, a sus nuevos modelos de comunicación e interacción, y a las nuevas culturas de la imagen. La escuela no está sabiendo descifrar en la desazón, la agresividad o el aburrimiento de los niños, las nuevas formas de percibir, es decir, los nuevos modos de leer, aprender y escribir. Así tal vez se acerque a su rol de formar ciudadanos respetuosos y críticos, capaces de respetar las opiniones de los otros y dejar de insultar en las redes sociales, imitando el mal ejemplo de los mayores.
Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.