Imagen del autor
D

onald Trump, en su reciente discurso en la Convención Republicana, prometió completar la construcción de un gigantesco muro en la frontera con México para impedir la entrada de los inmigrantes. Miles y miles de inmigrantes de México y de diversos países de América Latina cruzan la frontera cada día en busca de mejores condiciones de vida.

La política migratoria de Trump no se dirige solo a limitar los flujos de inmigrantes sino que, consecutiva e indirectamente, tendrá incidencia, entre otros, tanto en las actividades productivas y empresariales de Estados Unidos, como en las actividades económicas de otros países. En otros términos, las propuestas de Trump constituyen toda una filosofía económica y social que busca varias ramificaciones en la vida social y económica de los Estados Unidos. Se espera también que las políticas de Trump sean el vértice de políticas que tendrán efectos a medio y largo plazo en otros territorios del mundo.

Uno de los más alertas, sin embargo, por esta promesa electoral, es probablemente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el todavía presidente de México, ya que la mayor parte de los migrantes a los Estados Unidos son mexicanos de la clase media, pero sobre todo poblaciones pobres de las ciudades y del campo. La política económica y social de AMLO y de Claudia Sheimbaun, la presidenta electa de México, cuenta con la existencia continua de los aportes monetarios, las remesas, de los cientos de miles de migrantes mexicanos que envían para sus familias pobres que se quedan en México. Si no fuera por las remesas esas familias se encontrarían en situación económica precaria, lo que implicaría una presión política considerable para la estabilidad del gobierno de México.

Las remesas de los migrantes constituyen en realidad la columna vertebral de la llamada “Cuarta Transformación” del modelo social, económico y político de AMLO y la base de las promesas electorales de Claudia Sheinbaum. En efecto, entre los objetivos económicos de AMLO y de Sheinbaum no figuran por ningún lado promover el desarrollo de las empresas privadas mexicanas en el territorio nacional con el objeto de generar empleos e ingresos para la población mayoritaria y pobre de las ciudades y del campo. México sigue viviendo principalmente de los ingresos que genera el petróleo —de la empresa estatal PEMEX— así como de las grandes empresas industriales extranjeras —las maquiladoras— del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá. Las remesas de los trabajadores mexicanos constituyen los ingresos principales de una gran proporción de la población mexicana y sin estos aportes caería el gobierno mexicano. Las utilidades que generan las empresas estatales y privadas propiamente mexicanas son insuficientes para generar los empleos y los ingresos que la población necesita.

Algo parecido sucede con otros países de América Latina. Cada mes, cada año, un enorme flujo de migrantes solos o acompañados de sus familias de países de Centro y de Sudamérica se dirigen hacia los Estados Unidos en diversos medios de transporte, mayormente a pie. Estos migrantes no cuidan ni sus propias vidas ni las de sus familiares, lo arriesgan todo, con tal de llegar a Estados Unidos.

Lo que no se ve detrás y por debajo de este gigantesco y dramático flujo de migrantes y de remesas es que en los países expulsores de migrantes existen pequeñas oligarquías de Estado dominantes que resultan grandes beneficiarias del sacrificio de sus poblaciones.

En los países expulsores dominan en efecto las políticas autoritarias socialistas y anticapitalistas. Estas políticas impulsan la creación de empresas estatales e impiden y frenan la existencia de empresas privadas. El sistema de empresas estatales tiene la característica de no generar empleos e ingresos suficientes para los trabajadores y sus familias, por lo que aumenta la pobreza de la población y las consecuentes migraciones al exterior. Esto es lo que sucede en países como Venezuela, Nicaragua y desde hace más de 60 años en Cuba. Esto es lo que existe en Bolivia desde hace cerca de 20 años. En los países mencionados existen pequeñas cúpulas de autoridades gubernamentales que se aprovechan del esquema de las migraciones y de sus remesas periódicas. El sistema funciona de la siguiente manera. Por una parte, el gasto y las compras de bienes que realizan las familias gracias a las remesas de sus parientes permite que ingrese un circulante en los mercados internos de consumo. Por otra parte, mediante el sistema financiero los dólares —u otras monedas— de las remesas ingresan a los circuitos del sistema bancario y financiero estatal, lo que de un modo y de otro beneficia a las cúpulas gubernamentales.

Otro aspecto de la política propuesta de Trump de limitar e impedir la inmigración de extranjeros es favorecer al interior de los Estados Unidos el empleo de la población desocupada. En las grandes ciudades existen millones de habitantes que, en lugar de tener empleos y sueldos permanentes en las empresas, viven de las ayudas financieras estatales para desempleados —los bonos y otras rentas públicas— así como de los seguros públicos de salud y otros apoyos estatales.

Las propuestas de Trump, junto con lo anterior, tienden asimismo a reactivar las actividades empresariales mediante la rebaja de impuestos a las empresas. La disminución de los impuestos se traducirá en el incremento de la inversión y de las actividades empresariales, así como consecutivamente en el aumento del empleo y de los ingresos de los trabajadores. Las remesas al exterior podrán continuar existiendo en el futuro, porque existen aún cientos de miles de trabajadores migrantes, pero el flujo mayoritario continuará descendiendo correlativamente a medida que disminuyan los flujos externos.

Bernardo Corro Barrientos es economista y antropólogo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.