
l haber resignado su presencia futbolística solo al torneo nacional, Bolívar sabe que no constituye meramente de una mejora estadística. La Academia necesita una respuesta emocional, táctica y simbólica luego de una semana que bien pudo haber sepultado el ánimo de cualquier colectivo.
Eliminado de la Copa Sudamericana por Atlético Mineiro en Brasil, en el año de su centenario, Bolívar se encuentra ante una bifurcación existencial: sucumbir a la melancolía o reafirmar su jerarquía. Consideramos todos que va por lo segundo. De la herida al gesto de resiliencia.
Después de una semana de ser eliminados internacionalmente este año, debemos coincidir en el criterio, que la caída en Belo Horizonte no fue una derrota más: fue el segundo descalabro internacional de un 2025 que debía ser consagratorio. Bolívar volvió a evidenciar su incapacidad para trascender fronteras, reiterando que el salto cualitativo en el plano continental sigue siendo una deuda estructural. Sin embargo, en el torneo de la División Profesional, el equipo demostró una notable capacidad para metabolizar el dolor. No hubo lamentos ni repliegues: se muestra presión alta, recuperación inmediata y una actitud diametralmente opuesta a la pasividad mostrada en Brasil.
Una lectura táctica con carácter exige de Bolívar que, apuesta al parecer, por un modelo vertical, de transiciones veloces y presión sostenida sobre la salida rival. La presión alta de Dorny Romero y la lectura ofensiva de Batallini. una contra quirúrgica comandada por Cauteruccio, solo por mencionar su sistema de ataque, evidencian que Bolívar puede ser pragmático cuando el contexto lo exige.
Lo más destacable es la capacidad de sostener el ritmo en escenarios complejos, frente a adversarios que buscan redención. Bolívar no solo debe vencer: sino, imponer condiciones, mejorar estrategias, sin titubeos, con autoridad. Dorny Romero aún no está convencido de su obligación de protagonismo, continúa entre la movilidad y la ineficacia, aunque con la misma falta de contundencia que lo persiguió en la Sudamericana. Su movilidad y presión fueron determinantes, pero sigue sin encarnar al definidor que Bolívar requiere en los momentos de mayor exigencia. El contraste entre su rendimiento doméstico y continental es sintomático de un equipo que aún no logra exportar su fútbol con solvencia.
Los 100 años como exigencia histórica, obligan del conjunto académico mucho más. Con 43 unidades en el torneo boliviano, Bolívar se mantiene en la pugna por el título nacional. Pero el centenario exige más que una corona doméstica. El club debe repensar su arquitectura internacional: ¿Es suficiente con dominar en Bolivia? ¿Qué falta para competir con solvencia en Brasil, Argentina o Colombia? La respuesta no reside únicamente en el mercado de fichajes, sino en la mentalidad, en la gestión de los momentos deportivos exigentes y en la construcción de un equipo que no se desmorone fuera de casa.
En este último trimestre del año, Bolívar ha resignado toda ambición continental y ha concentrado su energía en el único sendero de conquista que le resta: el campeonato del torneo todos contra todos. La eliminación en la Sudamericana, sumada al fracaso anterior en la Libertadores, ha dejado al club sin margen de error. El objetivo es claro y urgente: adjudicarse el título nacional, asegurar la clasificación directa a la fase de grupos de la Copa Libertadores 2026 y hacerse con los 4 millones de dólares que representa ese doble logro —3 millones por la clasificación y 1 millón por el campeonato. No es solo una cuestión deportiva: es una necesidad institucional, económica y simbólica.
El segundo lugar también ofrece una recompensa considerable, pero en el año de su centuria, ese premio sería apenas un consuelo decoroso. Bolívar no puede permitirse cerrar el 2025 con una medalla de plata. La historia exige oro. La hinchada, herida por las caídas internacionales, espera una reivindicación que esté a la altura de los cien años de grandeza. Cada partido restante será una final, no solo por los puntos, sino por el legado. Porque este Bolívar no compite únicamente por un trofeo: compite contra el olvido, contra la frustración y por el derecho de celebrar este año especial con la frente en alto.
Incluso así, parece el reto muy difícil, Always Ready el líder, se alejó demasiado y parece inalcanzable. The Strongest también está más arriba y es el rival directo. Entonces surge la pregunta. ¿Puede Bolívar alcanzar su tercera ambición del año?
Aún falto de jerarquía internacional de alto nivel, debe enfrentar sus propios fantasmas si pretende cerrar el año con dignidad. Las lesiones crónicas, los altibajos de sus figuras clave y la intolerancia emocional de su cuerpo técnico han convertido los minutos finales de cada partido en un espejo de sus frustraciones: allí donde debería emerger la inspiración, se instala el desconcierto. Es un karma que lo persigue, que lo frena justo cuando la gloria parece al alcance. ¿Será capaz de romper ese hechizo antes de que expire su centenario? El tiempo corre, y la historia no espera.
Bolívar debe demostrar que sabe levantarse. Pero el verdadero desafío será aprender a no caer. Porque los equipos verdaderamente grandes no fluctúan: su rendimiento es regular, su producción es pareja, su mentalidad es inquebrantable.
Gonzalo Gorritti Robles es periodista deportivo.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.