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a noche paceña fue testigo de un empate que, lejos de ser celebrado como hazaña, debe ser diseccionado con bisturí crítico. Bolívar igualó 2-2 ante Atlético Mineiro en el marco de los cuartos de final de la Copa Sudamericana 2025, y aunque el marcador sugiere paridad, el desarrollo del encuentro revela una asimetría preocupante entre la ilusión y la realidad futbolística del conjunto celeste.

Una lectura que obliga a ir más allá del resultado. El primer tiempo fue una radiografía de la fragilidad defensiva celeste. Dos goles encajados en los minutos finales —producto de desatenciones y una alarmante pasividad en la marca— evidenciaron una estructura que, pese a su vocación ofensiva, naufraga ante equipos con rigor continental. El Atlético Mineiro, sin desplegar un fútbol exuberante, capitalizó con precisión quirúrgica las concesiones del local.

La reacción en la segunda mitad, aunque encomiable, no debe ser confundida con virtud estructural. El descuento de Robson Matheus y el penal convertido por Dorny Romero —tras la falla previa de un penal ejecutado por Cauteruccio— fueron más expresión de ímpetu que de planificación. Incluso con un hombre menos tras la expulsión de Gariglio, Bolívar mostró chispazos individuales, pero careció de una sinfonía colectiva que le permitiera dominar con autoridad.

El espejismo de la posesión y la falacia del heroísmo se dejó sentir. La posesión abrumadora del balón, que rozó el 75%, fue estéril. Bolívar tocó, giró, insinuó, pero raramente hirió. El fútbol moderno exige verticalidad inteligente, no acumulación de pases sin propósito. Celebrar esta estadística como síntoma de superioridad es caer en la trampa del dato vacío.

Más grave aún es el relato heroico que algunos sectores intentan imponer. El empate, conseguido en inferioridad numérica, es presentado como gesta. Pero el periodismo serio debe resistirse a la tentación del romanticismo fácil. Bolívar no fue víctima de la adversidad: fue arquitecto de sus propios tropiezos. La falta de rigor defensivo, la desconexión entre líneas y la dependencia de individualidades son síntomas de un proyecto que aún no madura.

Una serie abierta, pero cuesta arriba, la verdad de algo casi imposible, hay que ser sinceros. La vuelta en Belo Horizonte será una prueba de fuego. Atlético Mineiro, con mayor oficio y profundidad de plantilla, parte con ventaja. Bolívar deberá reinventarse, no solo en lo táctico, sino en lo conceptual. El fútbol boliviano necesita abandonar la autocomplacencia y abrazar la autocrítica como motor de evolución.

Este empate no es un triunfo moral: es una advertencia. Y como tal, debe ser leído por quienes aspiran a que el fútbol nacional trascienda el folclore y se instale en la élite con argumentos, no con relatos.

Por más que el calendario y los sorteos pretendan ofrecer equidad, la historia reciente del fútbol sudamericano ha instalado una constante ineludible: la espada de Damócles que pende sobre los equipos bolivianos tiene forma de camiseta brasileña. Atlético Mineiro, como antes Palmeiras, Santos o Internacional, representan no solo una superioridad técnica y mejor fútbol, sino una carga simbólica que condiciona desde el vestuario. Bolívar, pese a su crecimiento institucional y sus esporádicos destellos de competitividad, no ha logrado emanciparse de esa sombra. El respeto excesivo, casi reverencial, con el que se enfrenta a estos colosos termina por minar la convicción y exacerbar los errores.

Y es que los yerros defensivos del conjunto celeste no son coyunturales, sino estructurales. La zaga académica arrastra desde hace años una incapacidad crónica para sostener el orden ante equipos que presionan con inteligencia y atacan con velocidad. Las transiciones defensivas son lentas, las coberturas tardías y la lectura del juego, deficiente.

No es casualidad que los goles brasileños lleguen en momentos de desconcentración: son el síntoma de un sistema que no ha sido corregido, pese a los múltiples ciclos técnicos y refuerzos. Bolívar no pierde por falta de talento, sino por una persistente negligencia en el diseño de su retaguardia. Y mientras esa herida siga abierta, cada cruce con un equipo brasileño será una reiteración del mismo drama.

La revancha en Belo Horizonte se perfila como una empresa casi quijotesca para Bolívar. El Estadio Mineirão no solo representa una fortaleza futbolística, sino también un entorno hostil donde la presión, el ritmo y la jerarquía brasileña se imponen con naturalidad. Pensar en una hazaña, en este contexto, exige más que optimismo: roza la ingenuidad.

Atlético Mineiro, con su plantilla profunda y su capacidad para acelerar el juego en los momentos críticos, rara vez concede ventajas en casa. Bolívar deberá no solo corregir sus errores estructurales, sino reinventarse en lo futbolístico y lo emocional para aspirar a una clasificación que, hoy, parece más una utopía que una posibilidad concreta.

En su año centenario, Bolívar transitó de la decepción en la Copa Libertadores a una apuesta por la Sudamericana que terminó en escarmiento: los equipos brasileños le propinaron un lapo deportivo y emocional, recordándole con crudeza las limitaciones estructurales del fútbol boliviano y desnudando la distancia que aún separa la ilusión local de la competitividad internacional.

A ver qué podemos esperar la semana próxima. Finalmente, esto es fútbol y todo puede pasar, pero la verdad, yo, así como Usted, no espero mucho.

Gonzalo Gorritti Robles es periodista deportivo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.