Imagen del autor
E

sta noche, en el abrasador escenario del Estadio Metropolitano de Barranquilla, la selección boliviana se enfrenta no solo a Colombia, sino a la inexorable urgencia de la victoria. En la penúltima jornada de las Eliminatorias Sudamericanas rumbo al Mundial 2026, La Verde se encuentra en una encrucijada existencial: ganar o resignarse a la irrelevancia competitiva. El repechaje, ese último resquicio de esperanza, exige no prudencia, sino osadía.

La coyuntura no admite especulaciones en el juego, ni planteamientos conservadores. Bolivia debe asumir el partido como una empresa de conquista, no de resistencia. El contexto geográfico —la humedad caribeña, el fervor de la hinchada colombiana, y la presión atmosférica de un equipo local que busca clasificación— configura un entorno hostil. Pero es precisamente en la hostilidad donde se forjan las gestas.

Desde una perspectiva estratégica, el equipo dirigido por Óscar Villegas debe renunciar a la lógica del repliegue y abrazar una disposición ofensiva, casi temeraria. Con extremos incisivos y mediocampistas de transición rápida, permitiría capitalizar los espacios que Colombia suele dejar en su afán de protagonismo. La verticalidad debe ser el eje rector del juego boliviano, con transiciones fulminantes que desarticulen el bloque medio colombiano.

En términos individuales, jugadores como “Tonino” Melgar y Miguel Terceros deben ser investidos no solo como atacantes, sino como agentes de desequilibrio. Su rol no puede limitarse al cumplimiento funcional; deben asumir la responsabilidad estética y emocional del juego. El fútbol, en su dimensión más elevada, es también una narrativa, y Bolivia necesita contar una historia de redención.

Asimismo, el mediocampo debe operar como una zona de interdicción y creación simultánea. Gabriel Villamil y Robson Matheus están llamados a ser los arquitectos de la ofensiva, pero también los centinelas que impidan que James Rodríguez y Luis Díaz impongan su jerarquía. La presión alta, ejecutada con inteligencia posicional, puede desactivar el circuito creativo colombiano y generar oportunidades en campo rival.

Este partido no es una simple contienda deportiva; es una declaración de principios. Bolivia debe jugar como si el futuro del fútbol nacional dependiera de ello, porque, en efecto, así es. No hay espacio para el cálculo mezquino ni para la tibieza emocional. La Verde debe encarnar la voluntad de trascender, de romper el molde histórico que la ha confinado a la periferia del fútbol continental.

Ganar en Barranquilla no será una hazaña fácil. Pero las gestas no se construyen desde la comodidad. Se edifican en la adversidad, con convicción, coraje y con la certeza de que el fútbol, cuando se juega con el alma, puede desafiar incluso las probabilidades más implacables.

La fuerza mental del futbolista boliviano debe convertirse en el principal factor de desequilibrio en Barranquilla. En un escenario donde la superioridad técnica de Colombia es evidente, Bolivia debe apelar a su capacidad de resiliencia, a ese temple que no se mide en estadísticas, pero que define partidos. La actitud —esa convicción interna que desafía la lógica— debe preceder a la aptitud. No se trata de esperar que el talento emerja espontáneamente, sino de provocarlo mediante la voluntad. El jugador boliviano debe entrar al campo con la certeza de que el partido puede cambiar en un instante, y que ese instante puede depender de su carácter. La mente, en este contexto, no es un complemento: es el motor.

Nuestra Selección necesita líderes que no solo griten en el vestuario o cantar el himno nacional con mucho pundonor patriótico, sino que decidan en el césped. Referentes que, en medio de la adversidad, asuman el balón como una responsabilidad histórica. Jugadores que comprendan que el fútbol es también una batalla simbólica, donde el coraje puede eclipsar la técnica. El liderazgo no se delega, se encarna. Y Bolivia, si quiere aspirar al repechaje, debe encontrar en sus filas a esos hombres capaces de transformar la incertidumbre en oportunidad. Porque en este deporte, como en la vida, hay momentos en que la actitud no solo estimula la aptitud: la reemplaza. Algún día tiene que darse. Y ese día puede ser hoy.

En el fútbol de alta competencia, especialmente en condición de visitante, las oportunidades de gol son escasas y preciosas.

Bolivia, consciente de su papel en Barranquilla, debe internalizar que en este tipo de partidos se presentan dos o tres ocasiones claras como máximo, y que cada una de ellas representa una bifurcación entre la gloria y la frustración. La eficacia no es un lujo, es una exigencia. Errar en el área rival equivale a exponerse al castigo en la propia. En este juego, quien no da, recibe. Por ello, la selección debe jugar con una lucidez quirúrgica, con la inspiración que convierte lo ordinario en extraordinario, y con la precisión que transforma una jugada en historia. No hay margen para la distracción ni para el error técnico: cada pase, remate, y cada decisión debe estar impregnada de propósito.

La inspiración, en este contexto, no es un estado emocional pasajero, sino una disposición mental sostenida. Los jugadores deben entrar al campo con la convicción de que pueden marcar la diferencia, de que cada acción puede ser el punto de inflexión. La concentración debe ser total, casi monástica. El equipo no puede permitirse errores no forzados, pérdidas innecesarias ni desconexiones defensivas. La precisión debe ser el lenguaje común entre líneas, y la determinación, el pulso que los mantenga despiertos ante cada oportunidad. Porque en Barranquilla, más que nunca, el fútbol será una cuestión de detalles. Bolivia debe asegurarse de que esos detalles jueguen a su favor.

Ha llegado el momento en que el jugador boliviano debe mirar más allá del marcador y trazarse metas que lo vinculen con la gloria deportiva. No basta con competir: hay que trascender. Cada futbolista debe visualizar, con claridad y convicción, que este es el tiempo de dejar huella, de convertir el esfuerzo en legado. La grandeza no se improvisa, se construye desde la mente y Bolivia necesita que sus jugadores crean —profundamente— que están llamados a escribir una página memorable en la historia del fútbol internacional.

Gonzalo Gorritti Robles es periodista deportivo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.