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A José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru) lo sacaron a media plaza, le cortaron la lengua, le quitaron grillos y esposas y lo pusieron en el suelo. Pronto le ataron las manos y pies con cuatro lazos, sujetados por las cinchas de cuatro caballos. Tiraron cuatro mestizos a cuatro distintas partes. No lograron desmembrarlo sea si porque los caballos no eran muy fuertes, o porque el Amaru en realidad fuese de hierro. Estuvieron tironeando buen rato hasta que el Visitador, para que no padeciese más aquel infeliz, ordenó le cortase el verdugo la cabeza, luego se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y pies. Ocurrió el 18 de mayo de 1781 y vale la aclaración porque hay jóvenes a quienes, les da pereza leer y se van inventando fechas.

Luis Arce Catacora, quien no tiene seguramente ningún parentesco con aquel insurgente peruano del tiempo de la Colonia, se ató voluntariamente de pies y manos a cuatro corceles para probar la capacidad de sus músculos, de manera que pueda mostrar al pueblo su fortaleza, aunque su cuerpo esmirriado muestre lo contrario.

Una mano está atada a un camión cisterna sin combustible. Aunque él cree que se desatará con facilidad; bien sabe que mientras no tenga dólares en mano no podrá hacerlo. Primero esgrimió como argumento los bloqueos, luego los problemas de desembarco del buque en costas chilenas y finalmente admitió que los bolsillos los tiene vacíos, de manera que requiere un préstamo de cien millones de dólares de inmediato.

La otra mano esta atada con nudo ciego al costo de los alimentos que suben y como una romanilla gastada nunca vuelven a su posición original. Ensaya la política de vender directamente del productor al consumidor y favorece a los intermediarios, y a unos cuantos que forman filas frente a Emapa. En los mercados se han desregulado los precios, de modo que gimen las amas de casa, en especial las que viven del día a día. Subvencionar algunos precios parece ser la solución por el desastre.

El pie más musculoso lo tiene atado a las demandas de los empresarios mayores y menores, o si se quiere llamarles de otra manera, a los del oriente y occidente. A los primeros les ofreció la libre importación de carburantes para que no dejen de producir, pero con reglas poco claras; no ha encontrado la fórmula para satisfacer la inmensa demanda de los productores medianos y pequeños que languidecen día a día, muchos de los cuales han sucumbido ante los bancos que se han llenado de casas embargadas, pero no ven el dinero producto de los intereses aviesos.

El pie restante lo tiene enganchado a su adversario político Evo Morales a quien le arrebató la sigla del partido, lo debilitó arrestando a algunos de los dirigentes, lo tiene jaqueado con decenas de procesos judiciales, pero prefiere no hurgar el tema de pedofilia o violación de menores, por alguna razón de cálculo político. Esta cuerda que parece ser la menos tensada, puede convertirse, en cualquier momento en la más mortal. Los medios parecen darle mayor importancia a esta cuerda.

Atado de pies y manos, sabe que tiene por delante solo 360 días para revertir el mal momento y el descontento, que puede ganar las calles porque el pueblo quiere dólares, carburantes, precios bajos y menos bloqueos.

Aunque Arce se diga socialista y sueñe con el estilo cubano, sigue las reglas del mercado y como economista de profesión recordará el silabario del economista Keynes. La base de la política económica keynesiana está basada en la consideración de que la variable fundamental que mueve la economía es la demanda global, formada por la demanda de consumo de las familias, por la demanda de bienes de inversión de las empresas, el gasto público y las exportaciones. Este es el marco económico para combatir los dos problemas fundamentales de cualquier economía que son el desempleo y la inflación. Justo los dos problemas que no puede solucionar. Mientras sigue gastando sin control y no escucha a quienes le sugieren bajar radicalmente el gasto público y no alejar la inversión privada, pero él todavía confía en su musculatura.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.