a situación actual en Cochabamba es más que crítica. Durante 15 días, los bloqueos en las carreteras han paralizado la movilidad y el suministro de productos esenciales, orquestados principalmente por allegados a Evo Morales, en su mayoría cocaleros del trópico, donde el expresidente se encuentra refugiado.
Sus allegados parecen estar dispuestos a todo para evitar que la policía llegue hasta su escondite, para apresarlo por no presentarse a declarar ante la justicia por una grave acusación de abuso y trata y trafico sexuales. Esta vez, para sus seguidores no se trata solo de convicciones políticas, sino también de un profundo temor a represalias del líder.
Además, rumores sobre la participación de actores extranjeros armados en este movimiento agravan esta crisis. Este escenario no es nuevo en Bolivia, y a menudo parece que la historia se repite. La expresidenta Jeanine Áñez y otros analistas están de acuerdo en que la situación actual recuerda a los eventos de 2019, donde la polarización y la movilización llevaron a la renuncia de Morales. Las tácticas utilizadas en ambos momentos son asombrosamente similares: presión de grupos movilizados y una escalada de la violencia en los bloqueos. Algunos argumentarán que esta crisis es diferente, ya que en el fondo se intenta encubrir delitos graves.
Sin embargo, no podemos ignorar que el descontento de la población es también consecuencia de la crisis económica que sufre el país. Sectores como los transportistas o la Central Obrera Boliviana ya estaban amenazando con movilizaciones y bloqueos para presionar al gobierno a buscar soluciones. El reciente intento de golpe o autogolpe de Estado en junio, aún sin investigar, es un claro indicador de que las tensiones no han hecho más que crecer.
Bolivia ha atravesado múltiples crisis políticas y sociales a lo largo de su historia. Las tensiones entre diferentes grupos sociales, políticos y étnicos han llevado a movilizaciones masivas. Las lecciones de 2019 son un recordatorio de cómo estos conflictos pueden escalar rápidamente si no se abordan adecuadamente. Lamentablemente, el enfoque del gobierno ha sido más sobre la seguridad que sobre el diálogo, lo que solo perpetúa el ciclo de violencia.
Es imperativo que tanto el Gobierno como la sociedad civil reflexionen sobre estas crisis cíclicas. Que la búsqueda de soluciones no solo aborde las demandas inmediatas, sino que también atiendan las raíces profundas de la insatisfacción social, para intentar construir un futuro más pacífico en Bolivia.
Eliana Ballivián Ríos es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.