s casi de noche en el mercado campesino de Sucre. Las humeantes ollas ofrecen ajíes, fideos y papas, mientras dos mujeres, Filomena y Josefina, se gritan desde sus puestos. Filomena, con voz firme, asegura que Evo es culpable, mientras que Josefina, en el mismo tono, lo defiende a capa y espada. No hay diálogo, solo confrontación. Ambas llevan consigo no solo sus opiniones, sino también a niños casi de la misma edad, envueltos en sus aguayos, balanceándose al compás de la discusión.
La polarización es clara, y no solo entre ellas. Cada una tiene su grupo de respaldo, eco de las mismas ideas que se repiten una y otra vez. Lo que observamos no es un debate de argumentos, sino el reflejo de lo que las cámaras de eco y las burbujas han hecho en nuestra sociedad. En estos espacios, cada persona escucha lo que ya cree, refuerza sus convicciones y cierra las puertas al diálogo. Los hechos han dejado de importar, lo que cuenta ahora es cómo se relatan, cómo se distorsionan según el bando en el que te encuentres.
En el caso de Evo Morales, las acusaciones por agresión sexual son gravísimas y, aun así, la verdad parece estar atrapada entre el grito de Filomena y el de Josefina. Filomena no tiene más pruebas para condenarlo que las que le repiten los medios que consume. Josefina, por su parte, no ofrece argumentos sólidos para defenderlo, solo repite la lealtad a un líder que, para ella, está por encima de cualquier reproche. Ya no se trata de lo que realmente ocurrió, sino de lo que cada grupo está dispuesto a creer y divulgar.
Es en este ruido constante donde el populismo y el autoritarismo encuentran terreno fértil. Ambos extremos ofrecen soluciones simplificadas a problemas complejos. La corrupción, el abuso de poder y la injusticia se diluyen en discursos que exoneran o condenan sin espacio para la reflexión. Y mientras Evo explica que fue investigado por el supuesto estupro y que el caso fue cerrado, evita hablar de la niña que, según las acusaciones, sería su hija. ¿Importan los hechos cuando ya hemos tomado partido? La verdad se construye a través de narrativas que apelan a los sentimientos y refuerzan prejuicios, no a la objetividad.
El populismo alimenta esta dinámica. Ofrece héroes y villanos, y en el proceso, divide más a una sociedad que ya parece rota. La polarización no se detiene en las palabras, se filtra en nuestras acciones, en nuestras decisiones, en lo que creemos y en lo que estamos dispuestos a defender. Incluso si la Fiscalía o un tribunal aportaran argumentos sólidos, Filomena seguiría condenando, y Josefina seguiría defendiendo. Porque la cuestión ya no es qué ocurrió realmente, sino qué versión de los hechos aceptamos como verdad.
El caso de Evo Morales es un ejemplo de cómo las instituciones, en lugar de ser la luz en medio de esta confrontación, muchas veces se suman al caos. Alejandra Rocha, directora de la Fiscalía Especializada en Delitos en Razón de Género, no puede responder qué hizo la Fiscalía en estos ocho años. No hay respuestas, solo más ruido, más razones para que Filomena y Josefina griten más fuerte.
Los audios comprometedores, las acusaciones de corrupción en el Fondo Indígena, la represión en Chaparina, el escándalo del hijo de Gabriela Zapata. Todos estos casos forman parte de una larga lista que unos se apresuran a olvidar, mientras otros no dejarán de recordar. Y es aquí donde las cámaras de eco juegan su peor papel: refuerzan lo que queremos oír, construyen muros en lugar de puentes y limitan cualquier posibilidad de encuentro entre visiones opuestas. Los hechos quedan en segundo plano, lo relevante es cómo se relatan y quién logra imponer su versión.
Mientras tanto, la vida sigue en el mercado campesino. Filomena y Josefina se miran con desprecio, separadas por una línea invisible que no permite el diálogo. Aun así, ambas están unidas por algo más grande: una política que las ha dejado sin espacio para pensar, para escuchar, para encontrar un terreno común donde se puedan enfrentar los hechos sin el filtro de la ideología. En este escenario, las palabras tienen más poder que la realidad, y lo que realmente sucedió importa menos que cómo se lo cuenta.
Iván Ramos es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.