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E

n el penal de San Roque, en Sucre, un grito desgarrador rompe el aire pesado de la mañana. “¡Ya no tenemos comida!”, exclama Rosmery (nombre ficticio), una madre de 38 años con el rostro marcado por la desesperación. Su bebé, envuelto en una manta deslucida, llora desconsolado mientras ella le ofrece un biberón con una tibia infusión de manzanilla.

Al otro lado de las rejas, periodistas capturan la escena que refleja la agonía de una crisis que desborda las celdas y se extiende a las arcas vacías de la Gobernación.

Mientras los internos protestan por cuatro meses de prediarios impagos, el gobernador de Chuquisaca, Damián Condori, pronuncia sin titubeos una sentencia inquietante: “No hay dinero”.

El eco de esas palabras viaja más allá de los muros del penal, encontrando su raíz en la dependencia económica del país al Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), una vena que antes parecía inagotable y hoy se seca lentamente.

EL GAS QUE YA NO ALIMENTA

En Santa Cruz, mientras la Gobernación busca desesperadamente cubrir al menos unos días de comida para los presos, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) celebra la firma de un contrato operativo internacional. El acuerdo permitirá a empresas argentinas y brasileñas usar los ductos bolivianos para transportar gas desde el megayacimiento de Vaca Muerta hacia Brasil.

Un logro técnico, quizá, pero también una cruel ironía: mientras los ductos transportan gas ajeno, los bolivianos se quedan sin recursos para cubrir necesidades básicas.

Lo que agrava aún más el panorama es que, según el analista chuquisaqueño Fernando Rodríguez Calvo, el alquiler de los ductos no generará regalías para las regiones, ya que este tipo de ingresos no está contemplado dentro del esquema del IDH. "Es un ingreso neto para el nivel central, pero las regiones, que dependen directamente de las transferencias por hidrocarburos, no verán un solo centavo de ese dinero", advirtió Rodríguez.

Fernando Rodríguez Calvo, analista chuquisaqueño, describe un panorama sombrío: la producción de gas en Bolivia ha caído más de un 50%, y las exportaciones, que antes eran la joya de la economía nacional, se han reducido a un tercio de lo que fueron. “Estamos vendiendo 16 millones de metros cúbicos por día al Brasil a 6 o 7 dólares por unidad.

Mientras tanto, en el mercado interno, el consumo es de 14 millones de metros cúbicos diarios, vendidos a 96 centavos de dólar. Es un precio de gallina muerta”, señala Rodríguez con una mezcla de frustración y resignación.

UN SISTEMA QUE SE DESPLOMA

El IDH, creado en 2005 como respuesta al referéndum nacional que clamaba por que el Estado reciba al menos el 50% del valor de la producción de hidrocarburos, se convirtió en la columna vertebral de las finanzas subnacionales. Gobernaciones, municipios, universidades, incluso el presupuesto de salud y educación, dependen de estos recursos.

Pero esa columna vertebral ahora cruje bajo el peso de la caída en los precios internacionales del gas, la reducción de volúmenes exportados y el deslizamiento de Bolivia hacia un rol secundario en el mercado energético sudamericano.

Mientras Argentina presume su autosuficiencia con los 80 millones de metros cúbicos diarios que produce en Vaca Muerta, Bolivia parece un gigante caído. En su apogeo, llegó a producir 61 millones de metros cúbicos por día, exportando con precios elevados que sostenían al país. Hoy, la falta de una política energética coherente ha dejado a las regiones dependiendo de ductos alquilados para transportar gas extranjero.

EL GRITO QUE NO CESA

En San Roque, el llanto de un bebé resuena como un eco del colapso de un sistema que prometió riqueza y dejó deudas. Rosmery sostiene la mirada tras las rejas, pero no hay respuestas, solo la confirmación de que el gas, ese recurso que una vez llenó las arcas y los discursos, ya no alimenta.

Mientras los ductos transportan gas argentino a Brasil, los bolivianos miran sus manos vacías y se preguntan: ¿cómo llegamos aquí?

Iván Ramos Parada es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.