a semana se inició con 22 puntos de bloqueo, un giro del eje noticioso hacia un supuesto atentado a Evo Morales, un gobierno que mira el tablero social y no mueve sus fichas, mientras la sociedad sufre las consecuencias mirando desde el ventanal del desabastecimiento y las colas frente a los surtidores de diésel y gasolina.
Los hombres dedicados a la ciencia política coinciden en que la peor forma de gobierno es la anarquía. En realidad, no es una forma de gobierno, porque anarquía significa que nadie gobierna, porque el grumete no hace caso al capitán y la nave se adentra mar adentro sin brújula. La anarquía más destructiva es aquella en la que el capitán conserva su investidura y potestad de mando, pero se abstiene de ejercerla. La nave flota y se desliza por inercia, con un posible destino de colisión o naufragio.
De alguna forma, el anarquismo es un grito de protesta. Rousseau defiende a los pobres frente a los que quieren imponer su criterio desde la riqueza. Para Kant, solo se adquiere la madurez desde un clima de libertad y no de coerción. Es ahí donde se acerca el socialismo. Proudhon pondría la cereza en la torta al afirmar que, mientras los medios de producción estén en manos privadas, persistirá la explotación de los débiles por parte de los fuertes.
Es probable que en el país se viva cierto clima de anarquía visto desde la inacción del Gobierno. Parotani, una localidad cochabambina con 2.000 habitantes, es la capital de las noticias y el punto donde miden fuerzas evitas y arcistas; mientras el bunker desde donde se toman las decisiones está en Chapare, que no está entre las diez ciudades más pobladas del país. ¿Quién puede explicar esta anarquía? ¿Quién manda ahí? ¿Cómo se vive ahí?
En las ciudades todavía se respira un aire de relativa tranquilidad, los niños siguen asistiendo a los centros escolares, los bancos funcionan, el transporte se mueve a media máquina, los ciudadanos cumplen con sus deberes, pero el gobierno no defiende los derechos de éste.
El siguiente paso de la anarquía es el caos, ese es el punto que nadie quiere tocar porque considera que estamos lejos de ello. Sin embargo, se está cerca de vivir la tiranía de organizaciones que imponen sus condiciones; de líderes ocasionales que emiten mensajes altisonantes; hay quienes usurpan funciones y lanzan sus amenazas apocalípticas buscando sangre, éstos son los impostores de la colectividad y la ley. Hasta el periodismo parece ceder posiciones y permite que le marquen la agenda. Se anota lo que se ve, dicen los jugadores de cacho y este domingo el atentado o autoatentado atenuó las denuncias del periodista Alejandro Entrambasaguas.
Ernesto Murillo es filósofo y periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.