e puede tocar fondo políticamente y es normal porque los ciclos son temporales. Si damos un vistazo rápido a lo que pasó en Bolivia y el mundo nos daremos cuenta de que todo está sujeto a la caducidad, por más que sus protagonistas en muchos casos hayan querido aferrarse al pasamanos siempre resbaladizo de la historia.
Pero hay una diferencia clave entre caducidad y decadencia. Un proyecto puede ya no responder a las necesidades de un país o, también sucede, puede haber resuelto varios de los problemas que se propuso atender y creado condiciones sociales y económicas distintas a las que encontró originalmente y, por tanto, una nueva “demanda” social, con causas y necesidades diferentes.
Pero parece que ese no es el caso del proyecto del MAS, porque lo que se ha constatado en el último tiempo son síntomas ya inocultables de decadencia, que corren paralelos a los de una crisis económica para la que, hasta ahora, no se han adoptado soluciones de fondo.
En poco tiempo, el montaje del bienestar sucumbió a la realidad y el discurso del cambio, de la renovación ética sustentada en los principios ancestrales y demás cuentos, quedó sumergido en las aguas turbias de denuncias y escándalos que involucran a su principal referente histórico.
Las denuncias contra Evo Morales, el proceso que se le sigue por presunto estupro, son un eslabón más en una cadena de sospechas relacionadas con el mismo tema. Pero esta vez, a diferencia de otras, hay elementos de prueba que no pueden ser soslayados y que constituyen la parte sustantiva de la acusación presentada por una fiscal de Tarija.
Desde que comenzaron las peleas internas en el partido de gobierno, Morales perdió la protección de la que gozó a lo largo de muchos años y se levantó el pacto de silencio que habían promovido el presidente del Estado y el jefe del partido sobre variados temas de la agenda “oscura” que fue el trasfondo de los últimos 18 años, incluidas las del repugnante escándalo más reciente.
El “no metas a la familia” es una suerte de santo y seña de los cómplices, pero también la amenaza que insinúa la existencia de otros hechos que involucrarían al entorno más íntimo de los principales líderes partidarios y que por supuesto contaminan a una organización política que toleró y encubrió delitos solo para mantener el maquillaje de sus conductores.
El MAS no solo perdió el rumbo político, sino que resignó los principios éticos en aras de perpetuarse en el poder y sembró la decepción y el desaliento en un importante sector de la sociedad que apoyó ese proyecto en sucesivos procesos electorales.
El daño provocado al país en distintos ámbitos es profundo. El caso del montaje judicial creado para perseguir, enjuiciar y encarcelar a una expresidenta y dirigentes de oposición, que involucra, según admisión del propio Evo Morales, al presidente Arce y a varios de sus ministros, es la demostración más clara de que en Bolivia desapareció la justicia para dar lugar al ajuste de cuentas, a la venganza, al atropello y violación de los derechos más elementales.
Es mucho lo que hay que remediar. No basta con mejorar la economía, lo cual sin duda es una urgencia, sino que hay que actuar también y con premura similar sobre otros temas, otras capas de la vida del país que han sido corrompidas y lastimadas. Frente a la decepción ya generalizada, solo queda trabajar para crear una nueva ilusión, un lugar al cual dirigirse y por el cual vale la pena pelear. Ya se tocó fondo y solo queda salir.
Hernán Terrazas Ergueta es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.