e toda la literatura del siglo XX, la realizada en lengua alemana ha sido quizá la más fértil, innovadora y la de mayor influencia en el ámbito, no sólo europeo, sino también mundial. Basta con mencionar a Franz Kafka, Hermann Hesse, Robert Musil, Ernst Broch, Thomas Bernhard, Elias Canetti, Joseph Roth y , por supuesto, a Robert Walser. No todos ellos eran ciudadanos alemanes, pero escribieron en esa lengua, como Kafka, que era checo, o Musil, que era austriaco, lo mismo que Joseph Roth y Bernhard. Canneti era búlgaro. Walser suizo.
La excepcionalidad de la prosa de Robert Walser, un escritor que ha creado una obra que se ha labrado el camino por sí sola, y cuyos admiradores forman una legión, debe radicar en la manera en la que observa el mundo, desde una óptica que destaca, ante todo y sobre todo, las superficies más dejadas de lado, los elementos menos conspicuos y menos sobresalientes del medio en el que vivimos.
No tuvo en vida la popularidad que se merecía, y a excepción de los más destacados escritores contemporáneos suyos, no se puede decir que el público coetáneo suyo hubiera descubierto el valor de sus libros. No sin razón una de sus biógrafas ha titulado su libro así: “Clarividente de lo pequeño. La vida de Robert Walser” (Susan Bernofsky. 2021).
Sebald dijo de él que fue el más solitario de los escritores solitarios.
Walter Benjamin, ese extraordinario filósofo, crítico literario, traductor y ensayista, ha dejado escritas unas hermosas páginas sobre Robert Walser:
“Es sabido que en la literatura germánica existen algunas importantes encarnaciones del héroe grandilocuente, inútil, ladrón y acabado. Los personajes de Walser vienen de la noche, cuando es más oscura, de una noche veneciana, si se quiere, cuando sólo brillan pobres reverberos de esperanza, con un poco de brillo de alegría en los ojos, pero destruidos y tristes hasta el llanto. Lo que dicen es prosa. Puesto que el sollozo es la melodía de la garrulidad de Walser.
El proceso de su salvación nunca nos será conocido, a no ser que su Blanca Nieves —una de las creaciones más profundas de la poesía moderna— nos sirva para hacer suficientemente comprensible como este poeta. El aparentemente más comprometido de todos los escritores ha sido uno de los autores preferidos del sereno Franz Kafka. Sus historias son extraordinariamente delicadas…”.
Se cuenta que Franz Kafka solía leer en voz alta, para sus amigos, páginas enteras de algún libro de Robert Walser, riendo a carcajadas. Quizá, por ejemplo, cuando en su novela “Jakob von Gunten”, Walser recrea el tiempo que pasó en un instituto para mayordomos, regida por un doctor de nombre, Benjamenta.
“¡Qué estúpidamente me comporté al llegar aquí!”, dice Walser, y continúa: “En primer lugar, me irritó el aspecto miserable de los peldaños de la casa. Pero era el tipo de peldaños normal en cualquier otra casa interior de una gran ciudad. Luego llamé y salió a abrirme un ser de aspecto simiesco. Era Kraus, pero en ese momento lo tomé simplemente por un mono, mientras que ahora lo aprecio muchísimo, gracias a esa manera de ser tan personal que lo embellece. Le pregunté si podía hablar con el señor Benjamenta. “Por supuesto, señor,” respondió, haciendo una profunda y necia reverencia que me produjo una extraña sensación de miedo, y me dije que allí no debían pasar cosas muy correctas. A partir de entonces consideré el Instituto Benjamenta una estafa. Entré en el despacho del director. ¡Como me rio cuando pienso en la escena que siguió! El señor Benjamenta me preguntó qué quería. Le expliqué tímidamente que quería ser su alumno. Guardó silencio y se puso a leer los periódicos. El despacho, el señor director, el mono que le había precedido, esa manera de callar y de sumergirse en los periódicos, todo eso me pareció altamente más sospechoso. De repente me preguntaron mi nombre y de donde venia. Y en ese momento me consideré perdido, pues intuí de golpe que no saldría más de allí. Respondí tartamudeando, hasta me atreví a destacar que provenía de una familia distinguida…entonces, con su voz imperiosa, el director me preguntó si llevaba dinero, y yo le dije que sí. ´¡Dámelo rápido!´ ordenó, y yo, cosa extraña, obedecí en el acto, aunque temblando. El tipo se embolsó el dinero sin decir nada. Yo tuve entonces la osadía de pedir un recibo, pero me cayó la siguiente respuesta: ´¡A los pillos como tú no les damos recibos!´ Ya estaba a punto de desmayarme…”.
Walser, al que le aterrorizaba la idea de poder tener éxito en la vida, ha creado personajes que participan de esa frustración. Su novela “Jakob von Gunten” empieza anticipando esa vocación decepcionante: “Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada; es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”.
Robert Walser desempeñó varios oficios, además de mayordomo, durante algún tiempo, mientras proseguía su actividad literaria, sin que el gran público llegara a reconocerle, todas sus experiencias laborales fueron la base de sus novelas. En otra de ellas, titulada: “El ayudante”, cuenta las venturas y desventuras de un joven y pobre ayudante de un ingeniero inventor, sobre cuya familia y casa, se arraiga un gran fracaso, un completo hundimiento.
Los personajes principales de las novelas de Robert Walser son jóvenes que aspiran a ganarse la vida de alguna manera digna. Llevan ropas algo raídas, zapatos con las suelas desgastadas, y suelen escribir largas y reflexivas cartas, a veces con una afectación casi principesca. Frecuentan los paseos al aire libre, y disfrutan de las vistas que les ofrece la naturaleza. Ésta, la naturaleza, es su auténtico refugio.
A la edad de cincuenta años, Robert Walser, fue ingresado a petición propia en un sanatorio psiquiátrico. Aunque la localidad no era de sus favoritas, al final aceptó ser llevado al asilo psiquiátrico de Herisau, la capital del cantón de Appenzell, en el que permaneció veintitrés años, hasta su muerte, en 1956.
Cuando Carl Seelig, uno de sus admiradores, supo que Walser estaba internado en el psiquiátrico de Herisau, pidió permiso a las autoridades del asilo para visitarle con cierta regularidad. Y después de un intercambio de cartas con el propio Walser, una mañana de julio de 1936 se reunieron en la estación de ferrocarriles de Herisau y se dispusieron a dar una caminata por los alrededores.
Carl Seelig visitó a Walser durante veinte años. No de forma continua, pero sí ininterrumpida. Muchas veces lo visitaba tres o cuatro veces al año, otras un par de veces, incluso después de un año. Lo ha contado en un indispensable libro que lleva el título de:” Wanderungen mit Robert Walzer”, traducida al español como “Paseos con Robert Walser”. Lo de “paseos” no da la idea de lo que pretendía decir Seelig, ya que más que de paseos se trataba de caminatas, vagabundeos, porque las veces que se encontraban en la estación de Herisau, nunca sabían de antemano por donde iban a enfilar. Muchas veces caminaban campo abierto, o avanzaban con pereza a través de un prado luminoso, o bien viajaban en tren hasta una localidad más alejada. La recompensa llegaba al mediodía, a la hora de comer, cuando encontraban una posada, una taberna, y se sentaban a disfrutar de la comida y de un buen vino.
El año 1956, le enviaron a Carl Seelig, desde el sanatorio, la notificación de que Robert Walser había sido encontrado muerto el día de Navidad, cuando daba un paseo por la nieve, a causa de un infarto. Hacía dos años que Seelig no se había vuelto a reunir con Walser. Carl Seelig es recordado también por haber sido el primer biógrafo de Albert Einstein.
José Luis Toro Terán es periodista y abogado.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.