magínate que llegan gemelos a tu familia. Dos adorables criaturas que traen alegría y esperanza… y, por supuesto, gastos, noches sin dormir y una vida caóticamente feliz. Ahora, pon esta escena en la economía: cuando un país tiene déficit comercial (importa más de lo que exporta) y déficit fiscal (el gobierno gasta más de lo que recauda), no estamos hablando de angelitos. Más bien, estamos frente a dos pequeños “problemáticos” que pueden romper la alcancía nacional y dejar al país tambaleando. Estos hermanos rebeldes son conocidos en el mundo de la economía como los déficits gemelos.
¿Pero qué pasa si la situación se descontrola? Pues bien, como en toda buena telenovela familiar, podría aparecer un tercer hermanito: una crisis financiera. Sí, imagina añadir a la mezcla al trillizo más problemático de todos, ese que no trae pañales sino deudas y caos. Y créeme, este trillizo no es el milagro de la vida que queremos presenciar.
Bolivia dio a luz a sus gemelos económicos en 2015. El primer hijo, el déficit comercial, llegó cuando los precios del gas natural —nuestra joya de la corona exportadora— se desplomaron. Entre 2015 y 2020, la brecha entre lo que vendimos al mundo y lo que compramos promedió - 992 millones de dólares al año. Es decir, comprábamos más de lo que vendíamos, un poco como quien organiza fiestas lujosas financiadas con la tarjeta de crédito, confiando en que el próximo mes será mejor.
Hubo un breve respiro en 2021 y 2022, cuando la pandemia trajo un leve repunte en la balanza comercial. Pero como en toda buena serie, el drama económico no tardó en volver. En 2023, el déficit comercial resurgió con fuerza, alcanzando -102 millones de dólares.
¿Y el segundo gemelo? Ese nació del aumento en el gasto público. Entre 2015 y 2023, el déficit fiscal (la diferencia entre lo que el Gobierno gasta y lo que recauda) promedió un asombroso 8,68% del Producto Interno Bruto (PIB). Para ponerlo en perspectiva: es como si gastáramos más del doble de lo que ganamos en casa, confiando en que la tarjeta mágica del banco resolverá todo.
Peor aún, los gemelos no solo existieron por separado; comenzaron a retroalimentarse. Cuando el déficit fiscal aumentaba, el comercial lo seguía, y viceversa. Como si un niño malo le enseñara travesuras al otro.
Aquí viene el verdadero peligro: si no controlamos a estos gemelos, pueden dar lugar a un trillizo, una crisis financiera. ¿Cómo? Simple: cuando el Gobierno gasta más de lo que ingresa, necesita pedir dinero prestado. Y como en todo préstamo, hay que pagar intereses. Eso agrava el déficit comercial, porque parte de nuestras divisas se van en cubrir esas deudas. Ahora, imagine que los mercados internacionales dejan de confiar en nuestra capacidad de pago. En ese punto, los flujos de dinero se cortan y el país entra en crisis.
Es como usar una tarjeta de crédito para pagar otra. Todo parece bajo control hasta que te llaman del banco diciendo que ambas tarjetas han alcanzado su límite. Resultado: te quedas endeudado hasta las cejas y sin un centavo para cubrir lo básico.
Los déficits gemelos no son un invento boliviano. En los años 80, Estados Unidos vivió su propia versión de esta telenovela económica. De hecho, fue allí donde se popularizó la teoría que conecta ambos déficits. Cuando un gobierno gasta más de lo que recauda, necesita financiarse desde fuera, lo que aumenta la demanda de divisas extranjeras y empeora el déficit comercial. Es el ciclo eterno del “gasto ahora, preocúpate después”.
En Bolivia, el problema suele comenzar al revés: primero se desajusta el comercio exterior (vendemos menos al extranjero o importamos demasiado), y esto empeora las finanzas públicas. Es como gastar tu aguinaldo antes de que llegue diciembre. Todo parece bien… hasta que aparece la cuenta.
Hasta 2014, Bolivia era el estudiante modelo de la clase económica. Exportábamos más de lo que importábamos, y nuestras arcas estaban llenas, listas para los días difíciles. Pero los precios de nuestras materias primas, especialmente el gas natural, se desplomaron. Entre 2015 y 2023, las exportaciones cayeron drásticamente, y el Gobierno decidió compensar esta pérdida aumentando el gasto público.
El resultado: llevamos más de 11 años con déficit fiscal. En 2023, este alcanzó casi el 12% del PIB, lo cual es básicamente como haber hipotecado la casa, el auto y hasta el perro para pagar la fiesta de año nuevo.
Aquí viene el verdadero peligro: si los déficits gemelos no se controlan, pueden dar lugar a una crisis financiera. La llegada de un trillizo. ¿Cómo? Fácil: El Gobierno pide plata prestada para cubrir el déficit fiscal. Esto aumenta la deuda externa, y los intereses de esa deuda empeoran el déficit comercial. Si por alguna razón el financiamiento externo se corta (digamos, porque los mercados ya no confían en nosotros), el país entra en crisis.
Si los gemelos ya son un problema, un trillizo sería devastador. Una crisis financiera podría destruir lo poco que queda de nuestra estabilidad económica. Esto ocurriría si, por ejemplo, los mercados internacionales pierden la confianza en nosotros y cortan los préstamos. Sin financiamiento externo, nos enfrentaríamos a una crisis de balanza de pagos. Este trillizo no solo agravaría los problemas existentes, sino que también podría llevarnos al colapso total.
En términos simples: es como si los padres de los gemelos decidieran irse de vacaciones y dejaran a los niños solos en casa. Sabemos cómo termina eso.
¿Cómo evitar la tormenta? Primero, necesitamos manejar mejor el presupuesto público. En lugar de gastar en cosas que no generan beneficios a largo plazo, y deberíamos priorizar inversiones productivas. Es decir, reparar el techo de la casa antes de comprar muebles nuevos.
Segundo, debemos mejorar nuestra balanza comercial. Esto implica diversificar nuestras exportaciones y reducir nuestra dependencia de una sola materia prima como el gas natural. También sería clave revisar el tipo de cambio, que afecta directamente a la competitividad de nuestras exportaciones.
Los déficits gemelos ya son un gran desafío, pero todavía hay tiempo para disciplinarlos. Porque si los dejamos solos, el trillizo llegará, y no habrá economista, préstamo ni milagro que pueda salvarnos.
En pocas palabras, Bolivia necesita más que buenas intenciones; necesita una estrategia seria y efectiva. Porque manejar trillizos económicos no es tarea fácil, y parece que últimamente no estamos contratando niñeras económicas muy competentes.
Así que, atención padres de la economía: es hora de poner orden en casa antes de que llegue la tormenta y convierta a nuestros trillizos traviesos en el caos perfecto.
Si los déficits gemelos fueran niños de verdad, ya estarían inscritos en una guardería llamada ‘Fondo Monetario Internacional’, con sus mochilitas llenas de deudas y sus cuadernos de ajustes estructurales. Pero cuando llega el trillizo —la crisis financiera— la guardería te llama y te dice: ‘Mira, con tres ya no podemos, vas a necesitar otra niñera profesional… pero te va a costar una hipoteca nueva’. Y ahí estás tú, pidiendo fiado hasta por los pañales, mientras los gemelos y el trillizo hacen travesuras jugando a quién vacía primero las ya alicaídas reservas internacionales.
Gonzalo Chávez Álvarez es economista y analista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.