
arija siempre ha jugado juegos en los que ha perdido. La historia de esta región es una mezcla de abundancia, promesas incumplidas y oportunidades desperdiciadas. Pese a las millonarias regalías del gas y una población que merecía un mejor destino, nos extraviamos en decisiones equivocadas, esperando respuestas que nunca llegaron. Pero el verdadero potencial siempre estuvo en la tierra y en quienes supieron cultivarla; incluso en medio de esos tropiezos, la naturaleza supo esconder un secreto, un as bajo la manga, un “póker de ases” que tejieron con sudor el futuro de esta región y convirtieron un valle de cárcavas en una “pequeña Toscana”, como lo definió el periódico Wall Street hace pocas semanas, en una comparación generosa.
Julio Kohlberg Chavarría, Lucho Granier Ballivián, Carlos Molina Pereira y Milton Castellanos Espinoza, fueron los arquitectos más importantes de esta transformación. Cada uno, desde su trinchera, con visión y tenacidad, levantaron las columnas de la industria vitivinícola boliviana. Julio, desde Bodegas Kohlberg, nos enseñó que tradición y calidad van de la mano. Lucho, desde Casa Real-Campos de Solana, hizo del singani un estandarte nacional. Carlos, desde Bodegas Kuhlmann-Santo Patrono, combinó innovación e historia, haciendo de Tarija un destino de turismo de excelencia. Y Milton, desde Bodegas Aranjuez, elevó a Tarija al más alto nivel con vinos premiados que llevaron el nombre de Bolivia al mundo.
Pero no fueron los únicos. Otros grandes actores, como René Pinedo Márquez y Lucho Arce Torrez, también dejaron una huella profunda en esa generación dorada que cambió el destino del sur, con su paso por Bodegas Concepción-Rujero y La Compañía de Jesús. Milton, René y Lucho partieron en 2025, como si el destino les hubiera reservado el mismo brindis final. Las raíces que sembraron han dado paso a nuevas ramas que enriquecen el paisaje vitivinícola. En los últimos 25 años, han nacido nuevas bodegas que reflejan esa expansión y continuidad. Son frutos de esa primera siembra.
El impacto del "póker de ases" es inmenso, sus bodegas concentran el 70% de la producción de vino y el 80% del singani nacional, con un valor de más de 60 millones de dólares al año y exportaciones que llevan el nombre de Tarija al mundo.
Sin embargo, la mejor siembra de esa generación no fueron las vides, sino los valores que, junto a sus esposas, arraigaron en su descendencia. Hoy, sus hijos y nietos honran con orgullo esa herencia, manteniendo vivo el amor por la tierra y el trabajo bien hecho. Han entendido que el verdadero legado no está solo en las botellas, sino en la forma de cultivar el suelo con respeto y compromiso, en cada cosecha y en cada vendimia, con las manos gastadas por el sol y el trabajo, como un acto de gratitud hacia quienes les mostraron el camino.
Pero, más allá del patrimonio económico y productivo, lo que ellos construyeron fue un propósito. No buscaban solo el éxito personal ni la felicidad individual; entendían que el verdadero triunfo es colectivo. Sabían que el vino, como la vida, se disfruta mejor cuando se comparte. Nos enseñaron que el esfuerzo compartido cambia el destino de una región.
Tarija mira al mundo con otra cadencia. Aquí, el tiempo transcurre de manera distinta. No tenemos prisa; nos dejamos llevar por la música del río, por el rasgueo de una guitarra al caer la tarde, por el aroma de una copa de vino. Los ases entendieron esa esencia tarijeña. Supieron que el éxito no solo está en crecer, sino en conservar esa calma, esa capacidad de ser felices con lo sencillo. Y, por eso, su legado es más que económico o agrícola: es espiritual. Nos enseñaron a mirar la tierra con gratitud, a reconocer que las raíces más profundas son las que sostienen el árbol cuando el viento sopla más fuerte.
“Don Milton” partió al alba del 17 de marzo, marcando el final de una era. Es como si se cerrara el cofre donde reposan los tesoros más preciados de Tarija: la visión, la tenacidad y el amor por la tierra. Pero no es un adiós; es un relevo. Me imagino a la generación dorada, brindando juntos en el cielo, con esa sonrisa serena de quien sabe que la semilla ha germinado, que las raíces han abrazado la tierra y que el legado seguirá floreciendo, no solo en su descendencia, sino en el corazón de su pueblo. Porque el verdadero triunfo no es solo ganar, sino sembrar el camino para que otros sigan jugando; abriendo surco ante la adversidad, con la misma visión y coraje.
¡Salud por la generación dorada!
Waldemar Peralta Méndez es abogado y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.