Imagen del autor
G

anar una elección puede abrir las puertas del poder, pero no garantiza estabilidad ni éxito. El verdadero triunfo contra el MAS pasa por la capacidad de consolidar un gobierno exitoso, capaz de reacomodar las fuerzas sociales y políticas para proyectar un nuevo ciclo de estabilidad. Max Weber sostenía que "la legitimidad del poder no proviene solo de la victoria, sino de la capacidad de generar orden y responder a las demandas sociales." Una victoria electoral sin legitimidad política y social es solo un acto transitorio, condenado a la fragilidad y la inestabilidad. El poder sin legitimidad es un espejismo.

El modelo político masista de casi 20 años se cimentó sobre el excedente de las materias primas. Ese dinero permitió subvencionar carburantes, pagar bonos y sostener empresas públicas deficitarias. Pero cuando los ingresos se agotaron, el modelo comenzó a colapsar, arrastrando consigo la estabilidad y la viabilidad del proyecto político. El masismo sobrevivió gracias a la renta, no gracias a la eficiencia ni a la gestión. Lo sostuvieron los ingresos, no las consignas.

Por tanto, el desafío para la oposición no solo pasa por derrotar al MAS en las urnas, sino por construir una nueva arquitectura política que supere las limitaciones del modelo masista. Sin legitimidad y orden político, cualquier gobierno estará condenado al desgaste y la inestabilidad. Gobernar no es resistir. Gobernar es construir. Pero, ¿cómo se construye legitimidad para un cambio de tal magnitud si la oposición llega fragmentada y con una frágil presencia en el Congreso? Un gobierno débil, sin respaldo legislativo ni unidad interna, será incapaz de sostener una agenda de transformación real. La fragilidad parlamentaria es una sentencia de muerte política. Si no, pregúntele a Luis Arce.

Antonio Gramsci sostenía que "la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer." Bolivia vive precisamente ese interregno: el modelo masista se agota, pero el nuevo modelo aún no ha surgido. La oposición puede ganar una elección, pero sin una estructura política que interprete las demandas sociales, el triunfo será efímero y el poder seguirá siendo frágil

Pero hay una trampa adicional. La crisis económica ya está aquí. La escasez de dólares y carburantes ha comenzado a asfixiar el modelo, y el próximo gobierno enfrentará un escenario inevitable: ajustes, medidas de shock y fin de las subvenciones. Otro rumbo económico implica acabar con la fiesta. La bonanza terminó; ahora llega la resaca. ¿Cómo sostener un gobierno débil cuando las primeras decisiones implicarán recortes, inflación y malestar social? Sin legitimidad ni respaldo político, las medidas de ajuste solo acelerarán la caída.

Hay que entender que después del gobierno indígena-campesino, Bolivia jamás podrá volver a gobernarse sin las mayorías populares. El masismo reorganizó las relaciones sociales y políticas en torno a un nuevo sujeto político. Cualquier proyecto que ignore esa realidad está destinado al fracaso. El próximo gobierno deberá interpretar esa nueva realidad. Ignorarla es una receta para el colapso.

Mientras tanto, se ha desatado una batalla de baja intensidad entre algunos candidatos de la oposición. Se atacan entre ellos más de lo que atacan al MAS, apostando a que la elección se polarice y que “a pesar de todo” exista un reacomodo natural que incline la balanza a su favor. Este cálculo permite maquillar las mezquindades y apostar “all in” a este plan. Pero si este cálculo falla —y las probabilidades son altas—, aun con una victoria electoral de la oposición en segunda vuelta, las heridas internas serán tan profundas que el próximo gobierno será un volantín secuestrado por los rencores políticos, y se abrirá "el tiempo de las cosas pequeñas." La debilidad política no gobierna. La historia enseña que el poder abandonado no queda vacío por mucho tiempo.

El poder político es como la naturaleza: detesta el vacío. Si la oposición no logra consolidar un proyecto legítimo y sólido, el poder encontrará su camino hacia quien esté dispuesto a tomarlo, aunque sea con las peores herramientas. Ganar una elección para después perder el poder es la forma más humillante de la derrota. Si la oposición quiere gobernar, primero debe entender que el verdadero enemigo no está solo en el MAS. Está en la incapacidad para construir algo mejor. Todavía hay tiempo… pero no mucho.

Waldemar Peralta Méndez es abogado y político.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.