
os resultados de las elecciones nacionales nos muestran los aciertos y errores de la mayoría de los candidatos. Desde el exceso de frases grandilocuentes, como el de patear el tablero electoral con la dupla ganadora, o recordar lo guapo y extraviado que puede estar alguno de los contrincantes. Las anécdotas de la primera vuelta son muchas, y podemos encontrar diversos videos en las redes sobre los momentos más hilarantes.
De todos, llama la atención los errores cometidos por Manfred Reyes Villa, que nos ha demostrado que es un efervescente lector de los clásicos griegos y sus tragedias, con la caída de los ídolos y el destino inevitable. Su campaña la podemos denominar como la destrucción del mito.
Llama la atención que el capitán del Ejército olvidó la táctica, la estrategia y el conocer el territorio. Comenzó la campaña con entusiasmo, ilusiones y vastas esperanzas; el espectáculo sin límites fue la herramienta utilizada para tapar sus carencias, y la realidad fue implacable con él. Ir a la presidencia después de haber anunciado que dejaría la política no fue una idea brillante; parecía emular al presidente Carlos Mesa, que negaba rotundamente que sería candidato a la elección de 2019.
Al momento de volver a ejercer como alcalde de Cochabamba, lo hizo gracias a una alianza y no trabajó para tener un instrumento político propio. Cuando reaccionó, fue muy tarde; para ser candidato presidencial tenía la obligación de tener una alianza o un partido para ser parte de la competencia. La respuesta de su equipo político fue crear el instrumento político a costa de la imagen del candidato. Lo que parecía quizás una maniobra brillante resultó ser la improvisación en marcha. No tomaron en cuenta que, sin otros contrincantes y competencia, siempre sería primero. Posiblemente, el ser puntero fue impactante, y el exceso de confianza hizo que descuidara su gestión edil, que parece ser entre las más regulares del país, con algunos detalles chocantes, como los semáforos para peatones con la voz de Manfred, que podrían ser parte del culto a la personalidad cochabambina.
Los ingenuos en política que veían a Reyes Villa como la salvación del país no tardaron en acercarse a él; entre ellos, podemos mencionar a varios concejales de la gestión de Iván Arias en La Paz, encabezados por Jorge Dulon y Oscar Sogliano. Esto último es la muestra del desconocimiento del territorio. Tener de aliados a los representantes de la peor gestión municipal y con nexos de corrupción, como en el caso de Las Loritas, no fue de mucha ayuda.
Analistas o figuras públicas lograron un acercamiento interesante, incluso llegando a tomar candidaturas, pero el cálculo muy a destiempo y faltando meses para la elección lo único que provocó fue desgastar no solamente la imagen del candidato, sino también de todos los integrantes de sus listas. Entre el entusiasmo de pensar ser la opción, sus portavoces hicieron todo, menos ser portavoces. Fajardo, uno de sus asesores y principal portavoz, fue el primero en dinamitar la campaña; su estilo barroco para expresarse, acompañado de misticismo y los más comunes estereotipos sobre las diversas regiones del país, era la combinación perfecta para perder votos.
El discurso extraviado sin norte trató de amoldarse por donde soplaban los vientos: desde la venta de litio anticipada, que es inconstitucional y que fue parte de brillantes negociaciones llevadas por el candidato, combustibles sin subvención a cinco bolivianos, para terminar en insultos en el cierre de campaña para demostrar su voz de mando. Fueron la muestra de la falta de planificación, de aprovechar cada pequeño e incluso inútil momento coyuntural para intentar lograr cercanía con la gente. Una campaña que se fue deshaciendo con el paso del tiempo, sin militancia fuerte que se dispersó y con candidatos de emergencia, como en el caso de la circunscripción 7 de La Paz, y que perdió.
El capitán no tiene quién le escriba o le muestre la realidad; parece haber vivido “Yo el supremo” de Roa Bastos o “La fiesta del chivo” de Vargas Llosa. Tras el paupérrimo resultado obtenido, seguramente ya tiene el cable de tierra que necesita y sabe que ya no es un actor relevante del escenario político boliviano.
Roberto Marquez Meruvia es politólogo.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.