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Dudo que los masistas sean tan opas como para ponerse la soga al cuello, y se ahorquen ellos mismos”, solían ser las cavilaciones de analistas económicos y politólogos, viendo de palco cómo los azules destrozan la economía y la institucionalidad de Bolivia. Pues bien. La soga está puesta. Y en el mejor de los casos la población no sentirá el apretón en el pescuezo hasta que sea tan tarde como en la década de los 80, cuando la hiperinflación nos reventó la billetera y nos dejó en la lona.

Queda para el recuerdo esta anécdota: un día cualquiera, un amigo llamaba desesperadamente a otro. El teléfono (fijo en aquel entonces), daba ocupado por más de una hora. Con desesperación llamó a la central telefónica e hizo cortar la llamada, para comunicarse con su amigo.

Lo llama y el otro, enojado, le responde que estaba hablando con su mamá, larga distancia, a Sucre. Y el otro le dice “es que he conseguido carne, hay que comprar entre varios, porque no venden menos, y ya sabes que hay que darles buena alimentación a las chicas”.

El argumento fue suficiente. Los amigos, al día siguiente, madrugaron y consiguieron carne para sus hijas. A cien pesos el kilo. Ese peso boliviano que se fue al carajo, por la hiperinflación.

El siglo XXI, con el gasto faraónico que realizan los gobernantes de turno, del régimen azul, a costa de tener demasiados empleados públicos, de crear empresas estatales deficientes, y, entre otras tonterías de haber forjado una medida tan irracional como es la bolivianización, nos está llevando a vivir una situación parecida.

La hiperinflación que Bolivia experimentó en los 80 fue devastadora. Bolivia, en ese entonces, acumuló una deuda significativa y, con la subida de las tasas de interés internacionales y la caída de los precios de sus principales exportaciones (como el estaño), se vio incapaz de cumplir con sus obligaciones financieras. El gobierno de Hernán Siles Zuazo (1982-1985), implementó políticas económicas que exacerbaron la crisis, como la emisión descontrolada de dinero, lo que llevó a una pérdida de confianza en la moneda nacional, el peso boliviano.

La falta de cohesión en la toma de decisiones económicas contribuyó a la falta de control sobre la inflación.

Bolivia alcanzó una tasa de inflación anual de más del 20.000%, lo que la convirtió en una de las peores hiperinflaciones de la historia. La moneda se devaluó y perdió casi todo su valor.

La hiperinflación destruyó los ahorros de la población. La escasez de productos básicos se volvió común y el trueque reemplazó a la moneda. La llegada de Víctor Paz Estenssoro en 1985, dio con la solución. Implementó el "Nuevo Plan Económico" que incluía la liberalización de precios, la reducción del gasto público y la estabilización de la moneda.

A pesar de la estabilización económica, las reformas también tuvieron un costo social significativo, incluyendo un aumento en el desempleo y la pobreza a corto plazo. Sin embargo, estas medidas fueron esenciales para detener la hiperinflación y sentar las bases para la recuperación económica de Bolivia.

Hoy se habla de soluciones. De pactos. De préstamos ante organismos internacionales. Pero nadie habla que 100 bolivianos sólo alcanzan para algo de carne, un paquete de mantequilla, y medio maple de huevos.

Probablemente, los padres del siglo XXI, harán lo mismo que hicieron los del XX: desangrar sus ahorros, los de toda su vida, por las chicas. Quemándolos como se han quemado los dos millones de hectáreas en la Chiquitania cruceña y que a nadie parece importarle.

Mónica Briançon Messinger es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.