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o que el Banco Mundial nos acaba de anunciar es, básicamente, una mala noticia con traje académico: Bolivia entra en estanflación, ese monstruo de dos cabezas que los economistas creían extinto desde los años setenta.

Crecimiento negativo (-0,5%) y una inflación del 20%. En otras palabras, la economía no crece y los precios suben. Es como si el país estuviera en cama con fiebre y sin apetito: ni produce ni deja de sudar.

La teoría tradicional, la famosa curva de Phillips, decía que esto no podía pasar. Según ese cuento de hadas macroeconómico, si la inflación subía, el desempleo bajaba; y si la inflación bajaba, el desempleo subía. Era una relación tan predecible como una telenovela de los años ochenta: sufrimiento y final feliz.

Pero la estanflación llegó para arruinar el guion. De pronto, los precios suben y el desempleo también. Es como si la curva de Phillips hubiera decidido irse de parranda con los shocks petroleros de los 70 y nunca más volvió a ser la misma.

En ese entonces, países como Estados Unidos y el Reino Unido vivieron lo que hoy podríamos llamar “la crisis del matrimonio entre Keynes y la realidad”. Los precios del petróleo se dispararon, la producción cayó, y los gobiernos descubrieron que imprimir dinero o recortar gasto eran igual de inútiles: si apagaban el fuego de la inflación, congelaban la economía; y si reanimaban el crecimiento, el fuego se convertía en incendio.

Bolivia se enfrenta hoy a una versión local de esa tragicomedia. Tenemos inflación sin dólares, crecimiento sin inversión, y subsidios sin financiamiento. La economía está como un auto con el tanque vacío y el freno de mano puesto: no avanza, pero gasta gasolina igual.

Los precios suben por escasez de combustible, por el dólar racionado, y por un aparato productivo que apenas respira. Y lo más paradójico: las herramientas clásicas, subir tasas, recortar gasto, o gastar más, ahora son como recetas de cocina de suegra: ninguna funciona, pero igual hay que hacerlas para que no se ofenda.

En resumen, la estanflación es la pesadilla favorita de cualquier ministro de economía: haga lo que haga, se equivoca. Solo se sale de ella con una cirugía profunda, no con maquillaje fiscal. Y eso implica reconstruir la confianza, diversificar la producción y dejar de creer que estabilizar es solo cuadrar planillas.

Porque, como bien saben los pacientes que se rehúsan a ir al médico, no hay peor diagnóstico que aquel que se niega a aceptar que la fiebre ya es crónica.

Gonzalo Chávez Álvarez es economista y analista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.