Imagen del autor
F

alta poquito para las elecciones generales. El 17 de agosto nos veremos en las urnas. Hasta mientras, las encuestas hechas por diversos medios de comunicación muestran un resultado evidente: el electorado no se convence.

El voto blanco registra el 8,2% luego de que en la primera ola de encuestas estuviera en 6,5%; es decir, subió 1,7 puntos. El voto nulo tiene 12,5%, un 2% superior al 10,5% de junio. El voto indeciso llega al 11,3%, 1,3 puntos más que en la ola de encuestas de inicios de junio.

El voto residual ya suma 31,9%, un 4,9% más que el del 1 de junio. Esta cifra supera la preferencia de cualquier candidato. Lo cual quiere decir que, por ahora, la suma de los que no quieren a nadie le gana a todos los que quieren a alguien.

Y por detrás de estos datos están los ocultos. Esos que callan, que prefieren no decir por quién votarán. Que contestan cualquier cosa o ninguna. Los mismos que, en elecciones anteriores, acabaron sorprendiendo al sistema con un voto silencioso pero demoledor. Son ellos los que podrían inclinar la balanza sin levantar ni un cartel.

Vivimos en ascuas y malamente creemos que, a partir del 18 de agosto, las cosas mejorarán. Como si las elecciones fueran una panacea para el mal mayor llamado “Plurilandia quebrada”.

Pero hay otra encuesta —más global, más profunda— de Ipsos Global Advisor, hecha en 31 países (Bolivia incluida), que muestra algo inquietante: una sociedad buscando líderes fuertes, en medio de una desconfianza generalizada en las instituciones y una percepción de injusticia estructural.

El 67% de los bolivianos considera necesario un líder capaz de desestabilizar el statu quo para "recuperar el país" de las manos de una élite percibida. Y un 62% está de acuerdo con romper las reglas para arreglar el país. El índice de “sistema fracturado” está en rojo: hay conciencia de las inequidades, sí, pero también ganas de patear el tablero.

Y aquí viene la memoria, como aguafiestas de los entusiasmos autoritarios. Porque el 17 de julio de 1980, hace 45 años, un señor llamado Luis García Meza decidió que él era el "orden".

Su ministro del Interior, Luis Arce Gómez, advirtió que debíamos andar con el testamento bajo el brazo. Porque cuestionar al poder era motivo suficiente para desaparecer. Dudo que ese sea el tipo de “orden” que queremos. Pero hay discursos, hoy, que nos lo recuerdan demasiado.

En el juego democrático del primer cuarto de siglo, los bolivianos están mostrando más que nunca su predisposición a varias cosas: probablemente haya segunda vuelta (aunque nunca se sabe), nadie logra sorprender, todos se mantienen en el mismo lugar, nadie convence ni suma. La gente no quiere lo mismo de siempre, quiere algo nuevo. Aunque ese "nuevo" no siempre signifique "mejor".

Y entonces, como en toda buena tragicomedia nacional, el pueblo soberano acudirá a las urnas con una fe inquebrantable… en su incertidumbre. Unos tacharán la papeleta con furia contenida, otros la dejarán en blanco como símbolo de esperanza muda, y muchos seguirán jugando al escondite político, escondiendo su voto como si fuera un pecado inconfesable. Porque en Plurilandia, elegir se ha vuelto un acto de resistencia… o de resignación.

Pero tranquilos, que todo se arregla el 18 de agosto. Saldrá el sol, bajará el precio del pollo, aparecerán los dólares como maná del cielo, y mágicamente nuestras deudas internacionales se evaporarán gracias al aura mística del voto democrático. ¿Y si no? Bueno, siempre nos queda la opción de buscar un “líder fuerte”, uno que grite más que gobierne, que imponga orden con discursos huecos, mientras reescribe la historia desde su sitial ideológico.

Al final, tal vez el verdadero milagro no esté en el voto, sino en la memoria. En recordar que ya vivimos la pesadilla del orden a la fuerza. Que ya fuimos amenazados, vigilados y saqueados. Y sin embargo aquí estamos, tercamente vivos, aun creyendo —aunque sea con ironía— que algún día no votaremos por el menos malo, sino por alguien que se parezca, aunque sea un poco, a la democracia que merecemos.

Y cuidado con los ocultos. No hacen campaña, no salen en TikTok, no gritan en la calle. Pero se hacen sentir en la urna. Son los silenciosos del presente… y quizá los verdaderos autores del próximo giro del guion.

Mónica Briançon Messinger es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.