ye. Tú que nos lees. Necesitamos tu ayuda. Somos siete millones que te pedimos, cortésmente que dejes de votar por los bestias que nos matan a punta de fuego.
Apaga tu furia digital. No le des me encanta, me divierte o me enoja, vía Facebook, a la enorme cantidad de fotos que reportan mi muerte y la de mis hermanos. No me ayuda.
Hemos perecido millones de árboles en la Amazonia boliviana. Lo peor: nos han quemado con el beneplácito legal, con tantos decretos, y esas malditas leyes promulgadas so pretexto de la quema controlada.
El daño está hecho y es irreversible. Lo peor es que en 2025, otra vez saldrán noticias con titulares de “Fuego arrasa con siete millones de hectáreas”, o “pérdida de la Amazonia es la peor en décadas” o “sequía azota valles interandinos”. Así que si quieres parar la cosa, de una vez y para siempre, impide que los bestias lleguen al poder. Usa bien las palabras, porque Bolivia NO “se” incendia. Alguien le prendió fuego, alguien que tú conoces, alguien que a ti te conviene que haga eso, por lo que comes, por lo que compras, por la institución que apoyas. Si crees que la culpa es de otro, usa bien las palabra “Nosotros Le prendimos fuego a Bolivia”.
No nos sirve de nada que el 30 de septiembre se haya decretado desastre nacional. O que Arce haya pedido una ley que incorpore el delito de incendio forestal al Código Penal. O que, cínicamente un día antes de que se celebre el día del árbol, solicite que la justicia castigue penalmente a los pirómanos detenidos por la Policía. El culpable es el “modelo”. Cuánta ironía hay en la foto de un árbol vuelto portada en los periódicos de Cochabamba. Un árbol es noticia. Millones son estadística al paso.
Nosotros transformamos el dióxido de carbono, responsable del efecto invernadero en biomasa lignocelulósica, minimizamos los riesgos de inundación y evitamos la erosión entre otras muchas funciones.
Si te vale un carajo saber que millones de loros, abejas, pumas (que no son millones), víboras, mariposas, perezosos, han muerto, quizás esto sí te sirva para el 2025:
La pérdida de la polinización, que hacen las abejitas, amenaza la seguridad alimentaria, la estabilidad económica y la salud de los ecosistemas y las poblaciones humanas.
La desaparición del puma implica no solo su pérdida emblemática, sino también la alteración de dinámicas ecológicas cruciales, impactos en la cultura local y desafíos para la conservación ambiental en los Andes. En otras palabras: el puma que se comía a los roedores del campo, ya no lo hará. Por tanto, esos roedores irán a devorar, masivamente, los sembradíos de soya, y girasol. Ergo: las vacas que tanto gustan de pastar intensivamente por allí se quedarán sin comida.
Humanitos: no tendrán lluvias. Se agotarán con el calor, si es que antes no lo hicieron por haber inhalado tanto dióxido de carbono y sus pulmones quedaron tapizados de ese humo tóxico mortal.
Y para los bestias que creen que ahora tienen tierritas para avasallar, para apropiarse y volverlas urbanizaciones: malas noticias. Esos lugares estarán muertos por un siglo. Nadie irá a vivir allá.
Y para los asquerosos cómplices del Instituto Nacional de Reforma Agraria, nosotras, las siete millones de hectáreas quemadas, les deseamos una cordial llegada al infierno que es donde pertenecen.
De igual manera hacemos extensiva esa llegada a los diputados, senadores, sindicatos, organismos que avalan la expansión agrícola, narcotraficantes y demás bestias que pululan en el territorio boliviano.
Mónica Briançon Messinger es periodista y ecologista declarada.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.