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or más que lleváramos dos años con encuestas en las que Donald Trump ganaba por goleada a los demócratas y por más que los sondeos más recientes hablaron de un empate con su adversaria, Kamala Harris, no deja de sorprender a ojos de Europa que se haya confiado de nuevo en el republicano para llevar las riendas de Estados Unidos. Hay pasado, se sabe qué hizo y sus planes para los próximos cuatro años son de todo menos tranquilizadores e ilusionantes.

Sin embargo, hay que examinar las elecciones de este 5 de noviembre, en las que el magnate se ha ganado su retorno a la Casa Blanca, con los ojos de los norteamericanos, según el análisis del portal Huffpost. A falta de datos finales y de afinar quién y cómo le ha prestado su apoyo, hay una conclusión que se ve clara: ante el discurso del miedo por el daño a la democracia que puede causar la vuelta al poder del millonario, ha ganado la necesidad de los ciudadanos de volver a una situación de estabilidad económica.

Joe Biden, el actual presidente demócrata, ganó apenas por 11.000 votos en 2020, aupado sobre la mala gestión de la pandemia que hizo Trump. En un país dividido por completo, casi mitad y mitad, ganó a los descontentos con el republicano, que en mitad del caos, sin embargo, recogió frutos importantes en lo económico. En buena parte, por las medidas aprobadas antes por su odiado Barack Obama, pero lo hizo. Y ese buen recuerdo quedaba en los ciudadanos.

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Ahora, un Biden anciano se ha retirado, incapaz ni de reivindicar las bondades de su única legislatura, que son muchas, y le ha dejado a Harris el peso de defender lo hecho, cuando por encima de todo los norteamericanos estaban cabreados con su administración porque bajo ella los precios han subido como no lo hacían en 40 años. Que en gran parte sea una crisis global y dependa, por ejemplo, de la invasión rusa de Ucrania, no importa. Los votantes han entendido que Trump, ese millonario que escribe libros sobre cómo triunfar en los negocios, es quien tiene la llave para rebajar los precios y en sus manos han puesto su futuro. Si es a costa de una rebaja en la calidad democrática del país, ni modo.

Trump ha convencido a los estados clave en disputa y se ha llevado, parece, un buen bocado de votos masculinos en sectores de todo tipo: trabajadores y clase media, blancos y minorías raciales. Se cree que ha subido 13 puntos entre los latinos, por ejemplo. Las mujeres, mayoritariamente, le han dado la espalda, pero no tanto como para encumbrar a Harris como mandataria. El bolsillo ha pesado más, como la mano dura con la inmigración irregular. Habrá que examinarlo con los días, pero parecen constatarse cambios tectónicos en la política de EEUU, donde no hay estados que se den por sabido ni grupos sociales o raciales que salven o hundan a un candidato. Todo mezclado.

Los ciudadanos odian profundamente la inflación, por encima de todo, y no encontraba respuestas de los demócratas. Tampoco en inmigración, aunque han acelerado los anuncios de medidas más severas en las últimas semanas, por igualarse con el republicano. Tarde. Ha quedado constatado que las principales preocupaciones de más de la mitad de la población no son los valores fundacionales del país ni el estado de derecho o la calidad democrática de sus instituciones, tampoco el aborto, los derechos de las mujeres o las minorías.

Ha sido crucial en la resiliencia de Trump su imagen de hombre que arregla cosas. El empresario de éxito, republicano, sí, pero independiente en parte, que viene a romper el sistema de siempre y a hacer borrón y cuenta nueva. ¿Que tiene pasado? Sí, pero los electores se han aferrado al bueno, al económico, más que al caótico, al presidente que dejaba plantados a sus aliados internacionales en materia defensiva o ambiental, al enfadón que planteaba guerras comerciales con la Unión Europea o China, al proteccionista que rompía el multilateralismo si eso era lo mejor para los intereses particulares de su gente.

Lo dicen todos los sondeos: buena parte de los norteamericanos confían en él para proceder al cambio, retornar a los buenos datos, por encima del asalto al Capitolio que él auspició -el mayor ataque a la democracia en la historia del país- o de la gestión ridículamente mortal de la pandemia de covid, con sus lejías curativas. Es duro, pero sí, hay quien pasa por alto alteraciones de la estabilidad nacional como esas, cansados de desigualdad. Frente a la solidaridad entre grupos identitarios y la diversidad nacional, se ha antepuesto el nacionalismo populista de un imperio rico pero con enormes brechas, en cierta decadencia.

Trump ha ganado también con el victimismo. Dos atentados en su contra y cuatro procesos judiciales abiertos, que lo convertirán en el primer presidente que llega condenado al Despacho Oval, lo han convertido no en un paria político, sino en un perseguido, premio de una "caza de brujas". Se le perdona que abuse de mujeres o se lleve documentos oficiales a casa, que intente torcer unas elecciones, que sólo enseñe a nietas y cheerleaders como cuota femenina en sus mítines, que hasta haya bromeado con enfrentar a Harris con violadores o se quedada gustosamente callado cuando se llamaba "basura" a los migrantes latinos.

No importa cómo pueda alterar la Administración para lograr sus metas, si las logra. Parece el adecuado. Harris no, no ha tenido tiempo para mostrarlo o no ha podido o sabido hacerlo. Lo que espera es aislacionismo, multilateralismo roto, soberbia y reformas que pueden alterar profundamente las bases del país que se jacta de ser el más democrático del planeta.

Llega de nuevo a la Casa Blanca un antisistema que pretende algo más que poner cortinas doradas en el Despacho Oval. En la práctica quizá tenga que rebajar sus planes, echando mano de realpolitik, pero ahora ya no tiene el freno de esos asesores republicanos de toda la vida que le aconsejaban que no se metiera en tantos jardines, que no cruzara tantas líneas rojas.

Ahora tiene acólitos alrededor, gente que le dice lo que quiere escuchar. Eso eleva el peligro, como también lo hace el hecho de que, esta vez, conoce perfectamente la Administración y sabe cómo abordarla para cambiarla.

Viene el Trump de la distopía, de la corrupción, del ejército en las calles contra los ciudadanos que no piensan como él, de los departamentos estatales cerrados porque no sirven —-¿Educación? ¿Justicia?—, de la reforma integral que echará a miles de funcionarios, de la amenaza de irse de la OTAN. Todo, bañado por el caos y la incoherencia ideológica.

Otra vez el mundo con el alma encogida. Vuelve el trumpismo. Y ya sabemos lo que significaba cuando tenía brida. Ahora la ha perdido por el camino.