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o hay secretos. No hay formula mágica. No hay receta milagrosa. El camino del desarrollo ha sido descubierto hace por lo menos un par de siglos y es uno solo: libertad económica. Punto. No hay otro. El resto son cantos de sirena impulsados por políticos perversos que lucran con la miseria de la gente o por intelectuales vanidosos que creen poder diseñar sociedades a su antojo. La evidencia y la historia son inapelables. País que se embarca decididamente en el camino de la libertad progresa y país que se aleja de él termina siempre en lo mismo: pobreza, corrupción y éxodo.

El más reciente ejemplo de un país latinoamericano que ha decidido avanzar por el camino de la libertad es Paraguay. Nuestro vecino decidió hace algunas décadas recorrer ese rumbo y en poco tiempo ha conseguido logros importantísimos. Nosotros, en cambio, seguimos yendo en contra ruta.

Bolivia y Paraguay fueron siempre los países más pobres de la región. De acuerdo con los datos históricos del Maddison Project, Bolivia y Paraguay comparten los dos últimos lugares en la tabla del PIB per cápita de Sudamérica desde al menos 1939. Y aunque Bolivia le sacaba una ligera ventaja a Paraguay entre ese año y 1978 (casi cuatro décadas), a partir de los 80 Paraguay nos rebasó y nosotros quedamos cada vez más rezagados. Hoy, el PIB per cápita del Paraguay es casi el doble que el de Bolivia ($us 6.153 vs. $us 3.600).

Es muy interesante notar que los desempeños de los dos países en términos de PIB per cápita, antes y después de los 80, son consistentes con sus desempeños en libertad económica. Bolivia le llevaba cierta ventaja a Paraguay en el índice de libertad económica del Fraser Institute entre 1970 y 1980. A partir de ahí, sin embargo, Paraguay empezó a distanciarse haciéndose cada vez más libre. En 1990 ambos países tenían un índice de libertad económica de aproximadamente 5,7, en una escala de 10, pero después Paraguay se estabilizó en alrededor de 7 y Bolivia en alrededor de 6. Aunque pueda parecer poca cosa, una diferencia de un punto en una escala del 1 al 10 por casi 30 años consecutivos es tremendamente significativa cuando se trata de libertad económica. En el otro índice, el de Heritage Foundation, Paraguay nos lleva incluso más ventaja. Paraguay tiene hoy 60 puntos de libertad económica (es un país “moderadamente libre”), en una escala de 100, y Bolivia, 43 (es un país “reprimido”).

El desempeño en términos de libertad económica hace toda la diferencia. Reduciendo el tamaño del Estado, simplificando trámites, reduciendo impuestos y proveyendo seguridad jurídica, Paraguay ha logrado crear un destino ideal para miles de empresas del continente. Dejo solo un par de datos referidos a los países limítrofes. Cada año, alrededor de tres mil argentinos solicitan la residencia paraguaya para después establecer sus negocios en ese país. De acuerdo con el Banco Central de Paraguay, las inversiones brasileñas en diversos rubros, bordea ya los mil millones de dólares por año. Se calcula además que alrededor de mil empresas bolivianas ya se han ido a establecer a Paraguay.

Eso es lo que pasa cuando se pone al individuo, y no al colectivo, como la punta de lanza del desarrollo. Cuando se entiende que las funciones más importantes del Estado son proteger la propiedad privada y no molestar, el individuo tiene los incentivos para crear riqueza y la crea. Paraguay redujo significativamente los impuestos hasta llegar a la fórmula 10-10-10, es decir, 10% de impuesto al ingreso de las personas, 10% de impuesto a las utilidades de las empresas y 10% de IVA. Punto. Ese esquema y ese porcentaje, 10%, es el más bajo de Latinoamérica exceptuando el IVA en Panamá (nosotros no tenemos impuesto al ingreso de las personas, pero el impuesto a las utilidades de las empresas es 25% y el IVA es 13%; tenemos además, por supuesto, un chorro de más de 60 impuestos de diferente índole que se ensañan con la debilitada economía formal). Paraguay tiene además un esquema de incentivo muy agresivo en maquila de exportación que paga un único impuesto de 1% sobre el valor final de los bienes y servicios producidos. Con estas reformas, Paraguay se ha convertido en el país con la segunda menor presión fiscal de Latinoamérica (después de, otra vez, Panamá), con una presión fiscal de 14% del PIB (el promedio latinoamericano es 22%). Y claro, el gobierno paraguayo no necesita recaudar mucho porque su presupuesto anual apenas representa el 35% del PIB. Nuestro gobierno, en cambio, no tiene empacho en gastar cada año entre el 80 y el 90% del PIB.

Reduciendo impuestos, protegiendo la propiedad privada y reduciendo trámites (se puede abrir una empresa en cuestión de días), Paraguay ha logrado hacer crecer su PIB a un promedio de 4% anual durante los últimos 10 años. Esto le ha permitido doblar el PIB que tenía solo 15 años atrás. La inflación se ha mantenido en torno al 5% y el déficit fiscal ha superado muy pocas veces el 2% (nuestro déficit fiscal, en cambio, ha sido 8% en promedio durante los últimos 11 años). Así, Paraguay ha logrado disminuir la pobreza casi 10 puntos porcentuales del 2012 al 2022.

Pero lo más importante del fenómeno paraguayo (al que los periodistas argentinos ya denominan el “tigre sudamericano”) es que está fundamentado estructuralmente en la iniciativa privada y en la creatividad de la gente paraguaya y del resto de Latinoamérica. No es un proceso basado en la explotación de un recurso natural (que tarde o temprano se acaba o deja de ser rentable como nos pasó a nosotros) o de una industria o de una actividad económica específica a la que apuestan los políticos. El respeto a las decisiones de la gente libre le permite a Paraguay vislumbrar un futuro expectante en el que los patrones de producción cambiarán ágilmente de acuerdo con las señales de mercado. No es el gobierno el que dice produzcamos gas o agricultura o hagamos turismo, es el individuo el que decide qué genera riqueza y qué no lo hace. El gobierno solo protege la propiedad privada y provee estabilidad fiscal.

¿Aprenderemos las lecciones que nos deja Paraguay? Bolivia tiene un gran potencial para seguir ese camino, pero necesitamos una revolución profunda. No solo que hay que sacar al MAS del gobierno, sino que hay que desterrar de una vez por todas al paradigma estatista que este representa.

Antonio Saravia es economista y político.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.