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os niños y jóvenes de nuestro tiempo van mandando mensajes a los adultos, muy especialmente a quienes los hemos engendrado. Por un lado, quieren mostrarse seguros y autosuficientes ante el mundo, quieren demostrar que casi ya no nos necesitan y que solos están bien para tomar sus propias decisiones y rumbos hacia donde caminar. Este comportamiento cada vez se aprecia a más corta edad pues la tecnología, los sistemas impuestos, la forma de relacionarnos y los afanes de los papás entre otros motivos hacen que se sientan así.

Sin embargo, cuando nos detenemos a ver sus miradas, encontramos aún en los más grandecitos expresiones de “no me dejes solo, aún no puedo con todo esto”.

Y es que no pueden por ejemplo con programas en la televisión que evidentemente los distrae pero no los educan; algo dentro de ellos les dice: esto me hace reír pero no sé si es lo mejor para mí. No lo piensan ni lo sienten de manera consciente; es decir, no se dan cuenta conscientemente que la información que están recibiendo los está dañando, solamente intuyen que no es algo bueno pero igual se ríen.

Se ríen cuando un Bart Simpson aparece haciendo travesuras y reflejando al muchachito rebelde que empieza a sentirse algo mayor y quiere evitar la vigilancia de sus padres, quienes nunca lo sancionan/reflexionan/castigan/disciplinan o como queramos llamar al acto de dar forma a nuestros hijos para que sean personas de bien, educadas y respetuosas. Bart se libera de esta formación bajo las alas de una madre excesivamente “cariñosa” y de un padre cuya responsabilidad es llevar sustento al hogar pero cuyo tiempo es empleado en ver televisión, beber cerveza, ir al béisbol y cuyo comportamiento es grosero, torpe, descuidado, iracundo, perezoso y egoísta.

Para quienes no lo conocen a Bart: es un personaje ficticio de una serie televisiva y a quien la revista Time consideró como el cuadragésimo sexto personaje de cien más influyente en el siglo XX (estadística que nos debe llamar la atención).

Los papás (ahora por el Día del Padre me refiero a ellos) no son infalibles; claro que no, pero sí son altamente influyentes y me dirijo con especial énfasis a aquellos que buscan ser “grandes”, “inteligentes” y “fuertes” ante la mirada de sus pequeños, mirada que les dice: “no me dejes solo aún no puedo con todo esto”. Ellos quieren encontrar en ustedes a hombres suficientemente grandes para admitir sus errores, suficientemente inteligentes para sacar provecho de ellos y suficientemente fuertes para corregirlos (J. M.).Sus hijos los están viendo y no dejan de hacerlo.

Ven si dicen la verdad o prefieren esconderla; ven si tratan con respeto a mamá o les da lo mismo no hacerlo; ven si pasan el semáforo en rojo o conversan con ellos mientras esperan a que se ponga en verde; ven si son sensibles ante la necesidad del que no tiene o se hacen a los que no ven a los necesitados; ven si temen a Dios o se burlan de Él, que a propósito de ello Bart junto a su papá constantemente lo hace.

El rey David ha sido un hombre como tú que estás leyendo esto y como cualquier ser humano, se equivocó pero admitió sus errores, fue inteligente para sacar provecho de ellos y también fuerte para corregirlos. Su hijo Salomón no se quedó atrás y nos escribió un proverbio de oro que versa: “instruye al niño en su camino y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. No dejes que cualquier Bart influya más que tú en la vida de tus hijos, porque aunque no se escuche, ellos dicen: papá, instrúyeme tú.

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.