
ace poco tiempo asumí el compromiso de escribir la primera columna para la Revista OH!, ahora están leyendo la número 100. Empecé con algo de duda y cierto temor, hoy cada que me siento a hacerla mantengo la indecisión, oscilo entre un tema y otro; precautelo el cuidado en las palabras y tengo recelo de sus significados o el sentido que cada uno de ustedes le puede dar.
Sin embargo, en todo este tiempo noté un cambio en mí como escritora y en ustedes como lectores; nos volvimos más exigentes ambos.
Al escribir y al leer, nuestra mente se expande y al expandirse no vuelve a contraerse; entraron ideas nuevas, conocimiento, información, curiosidades; comprendemos más algunas cosas y otras las cuestionamos; todo ese proceso hace que seamos diferentes; aparentemente “cambiamos”, ese es el proceso; pero hablar de un proceso de cambio es algo desgastado, superfluo, malinterpretado y riesgoso, personalmente prefiero hacerlo con una palabra mucho más segura y poderosa que es “transformación”.
El famoso “cambio” siempre nos dará la opción de volver atrás, es demasiado inseguro tal vez por ello la resistencia; la “transformación” jamás nos dejará voltear la espalda; por ello, es que al escribir espero transformarme y esa esperanza tengo que suceda en ustedes cuando leen. Anhelo aportar y agregar valor a sus vidas, así como otros y ustedes agregan a la mía.
Este sentimiento, se lo copie a Pablo cuando dijo “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”; en lenguaje más simple nos dice: cambien la manera de ser, de pensar, renueven su interior de tal manera que sepan apreciar lo que Dios quiere que por supuesto es perfecto y bueno; cuando cambiamos nuestra manera de pensar alineándonos al pensar de Dios, nos transformamos en otras personas, nuestra actitud es diferente y también la manera de ver la vida o la forma de expresar el amor hacia el otro porque aquí, no sólo nos insta a abandonar costumbres poco recomendables (que es lo que hacemos cuando nos conformamos); sino que nos eleva a un nivel de exigencia que nos insinúa dejar de ser orgullosos, arrogantes, codiciosos o egoístas poniéndonos en una dimensión poco común para la mayoría de los mortales. Qué consejo más oportuno para estos tiempos, increíblemente sigue vigente y absolutamente aplicable.
Cuando ordenamos los principios y los valores en nuestras mentes, nos transforman, nos alientan sin dar marcha en reverso; nos permiten ver por el retrovisor únicamente para recordarnos dónde estábamos y nos impulsan a enfocarnos en el parabrisas, ver adelante, proyectarnos, hacer nuevas cosas, pensar, sentir y actuar diferente.
El proceso de transformación que se vive cuando tenemos los pensamientos correctos alineados a esa buena voluntad, nos sumerge en un estilo de vida apasionante donde nos equivocamos muchas veces y otras tantas también nos caemos, herimos sin querer pero por lo menos nos esforzamos con hacer bien las cosas, no sólo las buenas sino también las correctas, queremos amar y dejar de dañar, cumplir nuestros sueños, elevar las alas, empezar a volar e impresionarnos con los colores que ellas presumen. Colores que nunca nos hubiéramos enterado que los teníamos si no nos hubiéramos dispuesto a ser no sólo cambiados por nuevas corrientes de pensamiento, sino “metamorfoseados” (transformados) por las que valen la pena.
Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.