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E

n campañas electorales, la estrategia de construir la imagen de un “enemigo” implica identificar y presentar a un oponente, grupo u organización política como una amenaza, utilizando argumentos y estrategias de comunicación para generar desconfianza o miedo por parte del electorado.

La construcción del enemigo puede tomar diferentes rutas como pueden ser las discursivas, simbólicas, semióticas e incluso reales, todo con el objetivo de movilizar a la base electoral y generar un sentido de unidad contra el “mal” que amenaza a todos.

Poder diferenciar a un “nosotros” de los “otros” define nuestras ideas y sistema de valores, generando así cierta unidad o cohesión interna frente a la idea de una amenaza común. Empero, para que la estrategia funcione no basta con enunciar al enemigo, sino que este tiene que estar convencido, o ser incitado, de asumir ese lugar, es decir que tiene que subirse al ring y pelear.

Esta tarea no es para nada sencilla, pues no es resultado de una decisión antojadiza o ligera, sino de una de las decisiones más estratégicas para el posicionamiento político, esto debido a que la identificación de la amenaza se convierte en el parteaguas que identifica a los “amigos” de los “enemigos”.

Desde comienzos del 2025, y aún antes, el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha mostrado un rasgo estratégico en su ruta hacia la reconquista del poder: el vaciamiento del contenido de lo que fue en su momento esta organización política. Así, se arriaron las banderas de la inclusión, de la identidad étnica y del icónico liderazgo indígena. Con ello, el soporte ideológico que legitimaba al Estado Plurinacional se agrietó y dejó de ser eficaz.

Esta situación llevó a la oposición política a pensar que el ciclo del Estado Plurinacional había llegado a su fin y sus dos “rostros visibles”, como son Arce y Morales, se debilitaron en extremo. Creyendo que ya había “muerto el rey”, emergieron una infinidad de candidatos presidenciables que se sentían capaces de ocupar la “silla vacía”.

De esa manera, la artillería de la campaña electoral no se dirigió hacia el antiguo enemigo, el MAS, ni a Arce o Morales, de manera privilegiada. Por el contrario, las armas se dirigieron hacia los candidatos de la propia oposición, que, en una suerte de guerra sin cuartel contra sus contendientes circunstanciales, debilitaron principalmente el carácter moral de sus caudillos: se devoraron a sí mismos.

Bajo una lógica de suma-cero la oposición se lanzó a competir en una contienda electoral anticipada por los mismos nichos electorales, sin entrever que el MAS ya había abandonado su “identidad” política e indígena. Más aún, el MAS estaba consciente de que el peso de la crisis económica caería sobre sus herederos, sí estos aceptaban ese legado.

De ahí que, en una pre “campaña electoral liquida”, el MAS se adaptó a las nuevas circunstancias y leyó, entre líneas, que la vieja política y los viejos políticos se habían agotado, y que el clima político era de “cambio” y “renovación”: era el tiempo para la emergencia de un “outsider”.

Paradójicamente, en ese vaivén político se construyó la imagen de Andrónico como la expresión de “lo nuevo” desde el campo socialista, de alguien no contaminado por las políticas del MAS y que desarrolló en los últimos años una campaña silenciosa e invisible para posicionar su imagen en la subjetividad de los jóvenes.

La oposición quedó, de esa manera, “fuera de lugar”, pues vio como desaparecía la imagen del “enemigo”. Andrónico no estaba vinculado directamente al MAS y trabajó en el último tiempo para distanciarse de la sombra de Arce y Morales. A ello se sumó la estrategia de dejar a la oposición en la incertidumbre, pues ninguno de los artificies masistas mostró sus cartas, sino hasta el último momento.

En este juego de sombras e incertidumbre la oposición se sumergió en una “lucha intestina” que le llevaría a mostrar su anclaje en el pasado. Así se mostraron viejos líderes con remozadas estructuras y a líderes tradicionales con estructuras tipo “parche”, organizadas de manera improvisada y faltos de planificación; por el otro lado, se visibilizan viejos políticos con rostro joven, con estructuras premodernas y viejas prácticas.

Todo ello lleva a pensar que el contenido líquido del proceso electoral en curso seguirá desarrollándose en un escenario de juegos estratégicos, marcados por una política dinámica, vertiginosa y cambiante, bajo un paraguas de incertidumbre.

Las viejas certezas se desmoronaron al igual que la hegemonía predominante de las dos últimas décadas y hoy reina, en esta parte del mundo, el miedo, los lazos frágiles, los cambios constantes y la falta de valores estables, en suma, una vida líquida.

Jorge Kafka es politólogo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.