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l repaso de las actividades de candidatos, representantes partidistas, miembros del tribunal electoral, analistas políticos, del contenido de titulares o editoriales de los principales medios de difusión y algunos de los productores de contenidos más conocidos en las redes digitales, muestra que todos ellos están sumergidos fervorosamente en una espesa nube de aires electorales.

Frontal o lateralmente, cada uno promueve a su manera sus preferencias, mediante discursos, promesas, alianzas o propalación de encuestas. Los analistas razonan sobre la dinámica de espacios ideológicos, mientras los candidatos negocian y regatean “espacios de poder” que, según sus deseos, podrán copar después de agosto. Una dinámica caduca y aburridora, aunque use herramientas tecnológicas de última generación.

Con las mejillas arreboladas, unos y otros quieren convencer y convencerse de que el camino está despejado y que, con segunda vuelta asumida como obligatoria según los sondeos, en noviembre se posesionarán unos nuevos gobernantes que abrirán una nueva historia. Los quince puntos del convenio propuesto por el Tribunal Supremo Electoral y firmado por los asistentes (no me queda claro si el presidente y vicepresidente del Estado ya lo hicieron) garantizaría la hoja de ruta.

Ciertamente no lo hace y, más significativo aun sobre esa incertidumbre es que el conjunto de las propuestas electorales dejan vacante el espacio dedicado a esbozar, incluso mínimamente, el horizonte al que apuntarían después de aplicar —hasta donde las circunstancias permitan— el ajuste que, todos coinciden, es ineludible.

Las sacudidas y cimbronazo del viraje económico de neto corte liberal y con gran sufrimiento social acarrean un riesgo demasiado alto de cortar en seco una nueva gestión, mucho más si se erige sobre los hombros de una ancha coalición de siglas, con estrecho respaldo social. La suposición de lo que el hartazgo ante los veinte años del régimen, hará bailar y cantar en nuestro país la cumbia del “no hay plata” de Argentina, no se ajusta a la realidad, a los antecedentes históricos, ni la dinámica social del país.

Ningún plan de reformas funcionará, incluido, en primerísimo lugar, el de un gobierno continuista, sin la definición de un proyecto nacional que supere la confusión y la desesperanza. Eso supone un itinerario de transformación productiva, energética y tecnológica, simultáneamente con cambios de nuestros hábitos y pautas de convivencia social.

Se trata de romper con el modelo masista, emenerrista, adenista o de cualquier otro ismo que nos haya gobernado en, por lo menos, los últimos ochenta años. Ese molde de ordeño de recursos naturales, con más mercado o estado, según la coyuntura y la ideología de los protagonistas, prolonga nuestros males, haciéndolos irremediables.

La producción de alimentos sanos, con agricultura regenerativa y no dependiente del caduco uso de agrotóxicos y semillas transgénicas; ganadería a la sombra y migrante en vez de la de quema de bosques; el fomento intensivo de la industria de visitantes y viajeros que no teman quedar bloqueados en su trayecto; la sustitución de la quema de gas para producir electricidad; investigación y desarrollo que acompañe el cambio productivo, son todos temas ausentes, sustituidos por la banalidad de viajes y encontronazos de candidatos, o de codazos mezquinos e intercambio de vulgaridades.

No debe creerse que el silencio sobre estas cuestiones sea siquiera una imitación boba de la táctica electoral escogida por Paz Estenssoro en 1985, cuando se limitó a propagandizar un “cambio total”, sin explicar su contenido hasta la promulgación de su decreto con número 21060. Aprovechó al máximo la diáspora de los obreros mineros, la fuerza de la migración interna, con su remodelación de clases medias urbanas y siempre tuvo clara su vía a la modernización capitalista.

Hoy no cabe dejar puntos suspensivos sobre el camino que viene después de las medidas más urgentes, ya sea un cambio de fondo o meros justes de maquillaje. Afirmar que se irá “hacia un mercado libre con estado de derecho”, en una era en que capos de potencias imperiales y vecinos estridentes manipulan y tuercen significados a escala universal; o convocar a una “continuidad corregida y mejorada”, significan demasiado poco y generan incremento de la indolencia y el cinismo.

Los regímenes fundados en el pesimismo y la resignación solo prosperan si se ha quebrantado y espantado a palos a una sociedad.

Quien tiene mayores posibilidades de triunfar en una campaña llena de espacios en blanco y definiciones implícitas es el que represente la unidad, ante y por la base del MAS, aunque sus dirigentes y aparatos sigan confrontados. Si alguien consigue proyectar esa imagen convocará en el momento decisivo más votos que el que pudiese encarnar la concurrencia de todos los opositores.

Pero, el gobierno de cualquiera penderá de un hilo, si no se basa en un proyecto nacional que vaya más allá del semestre o del año. Inclusive si controla a esa mayoría del TCP que, desde 2017 se siente tan empoderada para detener elecciones o anularlas, si así lo necesitan y ordenan sus patrones y cómplices.

Róger Cortez Hurtado es docente investigador.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.