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areciera que Bolivia se debate entre lo que desea y lo que está dispuesta a sacrificar para lograrlo. Pero tal vez la frase “el placer es gordo y la belleza es magra”, se asemeja a lo que acontece últimamente en nuestra política, donde encontramos contradicciones que no se resuelven fácilmente. Y sin embargo, insistimos en querer todo a la vez, es decir, una economía sólida y competitiva, un Estado moderno y funcional, líderes nuevos con discursos frescos, unidad nacional... Pero sin renunciar al clientelismo, a los subsidios sin horizonte, ni a las fórmulas antiguas que ya no responden al país actual.

¿Será que estamos frente a una especie de espejismo colectivo? ¿Y por qué necesitamos, con urgencia, un nuevo paradigma? Bolivia aspira a tener una economía fuerte, con inversiones, exportaciones libres y crecimiento sostenido. En el reciente Foro Agropecuario en Santa Cruz, varios candidatos, como Jorge Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina y Manfred Reyes Villa, hablaron de abrir mercados, eliminar restricciones al agro, e incorporar biotecnología como solución mágica al estancamiento productivo. Sin embargo, pocos, o casi ninguno, habló del modelo extractivista que ha llevado a Bolivia a récords de deforestación, concentración de tierras y vulneración de derechos campesinos e indígenas.

Se prometen incentivos para los grandes agroexportadores mientras se sigue subsidiando combustible, pan, harina y electricidad en una economía que ya requiere más de $us 12.000 millones para estabilizarse. ¿Cómo se financia esa brecha? Con más deuda, más escasez de dólares, y una ciudadanía atrapada entre la inflación y el miedo a perder lo poco que le queda.

Queremos los beneficios de un mercado libre, pero sin tocar nuestros subsidios. Queremos inversión privada, pero sin desmontar los monopolios estatales. Es como querer un cuerpo atlético sin dejar el azúcar ni salir a correr. Simplemente no funciona.

Un espejismo institucional, queremos modernidad con papeles polvorientos. Se habla de un Estado digital, ágil y al servicio del ciudadano. Jaime Dunn fue inhabilitado por su irresponsabilidad de muchos años, podía fácilmente haber evitado esta situación, actuando de manera correcta en su momento, siguiendo la Ley 1178, Ley de Administración y Control Gubernamentales, SAFCO, pero no lo hizo. Encima decidió esperar hasta el último momento para saldar deudas que sumaron multas e intereses en UFV por años, deseando que se solucione en horas o días, en un país donde la burocracia prima. En Bolivia, trámites como la obtención de la solvencia fiscal de Jaime Dunn, revelan que seguimos viviendo bajo una burocracia que opera con carpetas físicas, retrasos deliberados y respuestas ambiguas.

Estamos ante rostros nuevos, con guiones viejos. La ciudadanía reclama políticos nuevos. Pero muchas veces estos rostros, como el propio Dunn o algunos representantes de plataformas ciudadanas, repiten fórmulas sin adaptar el discurso a la Bolivia actual, diversa y golpeada por décadas, donde también los llamados renovadores del MAS evista o arcista, regresan al juego del caudillismo y del culto a la figura, aunque hayan cambiado de nombre en la papeleta.

Se renueva el cartel, pero no el contenido. Seguimos debatiendo si el “enemigo” es el libre mercado o el Estado, mientras el ciudadano de a pie no tiene dólares en su bolsillo, hace filas por combustible, no puede comprar los productos de la canasta familiar libremente y desconfía de todos por igual. El país quiere novedad, pero no se atreve a romper el molde. Una parte importante de la sociedad pide unidad, un frente común contra el deterioro institucional, la crisis económica y la corrupción. Pero en los hechos, las alianzas políticas responden a intereses personales, cálculos electorales o pactos oportunistas que decepcionan cada día más. El ejemplo más reciente es el mismo Foro Agropecuario, que aunque mostró una fotografía de los “presidenciables”, también dejó clara la fractura, unos quieren industrializar, otros eliminar al Estado empresario; unos quieren romper con el MAS, otros solo reemplazarlo.

No hay plan país. Hay campañas personales. ¿Y los ciudadanos? ¿Qué queremos realmente?

Muchos esperan al genio de la lámpara, ese líder mágico que llegará y resolverá todo. Y mientras lo esperamos, exigimos mucho y toleramos poco. Pedimos transparencia, pero no nos tomamos el tiempo de leer los planes de gobierno. Pedimos coherencia, pero votamos por carisma. Pedimos democracia, pero dejamos de votar. Exigimos honestidad, pero nos reímos del “vivo” que evade impuestos o logra favores políticos, en lugar de reprenderlo.

Somos parte del problema, pero también podemos ser parte de la solución.

Bolivia no está condenada al fracaso, pero sí está obligada a elegir. No se puede tener todo, ni pedirle a la política que resuelva lo que nosotros no estamos dispuestos a enfrentar como sociedad. Es hora de dejar de consumir candidatos como si fueran productos de marketing o figuras de redes sociales, y empezar a exigirles integridad, transparencia, profundidad, visión.

No es cuestión de izquierda o derecha. ¡Es cuestión de madurez! Necesitamos políticos que entiendan que el éxito no es ganar votos, sino cambiar realidades. Y necesitamos ciudadanos que abandonen la ilusión del “todo sin costo”, para abrazar el trabajo colectivo, la fiscalización constante, y el voto con conciencia.

La belleza de un país no está en sus apariencias, sino en su capacidad de construir futuro desde la verdad.

Bolivia no necesita un milagro, necesita un compromiso.

Claudia Prado Aguirre es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.