l desastre ocasionado, a través del fuego, del sujeto hombre o mujer no sólo es un problema económico, ecológico: explotación de la tierra, el uso del suelo, el proceso de siembra-cosecha-comercialización-consumo, la destrucción de la flora y fauna, muy rica y diversa en el departamento de Santa Cruz, lo que traerá serias complicaciones a la salud de las personas.
Los incendios forestales, cuya historia se repite todos los años, hay que asumirlo como un hecho especialmente social, humano y que amerita una mirada filosófica, sociológica y política. No solo están quemando lo material, tangible, lo hermoso de la naturaleza, también queman sueños y anhelos de una vida más digna y libre.
Ya los expertos en las ciencias ambientales, técnicos, profesionales y autoridades competentes, se encargarán de hacer las evaluaciones correspondientes y las recomendaciones a los gobernantes, con la esperanza que lo ocurrido en el 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024, años que nos hicieron derramar lágrimas, dolor, solidaridad y malestar, no se repitan en el año del Bicentenario, años en que vimos a una Bolivia en llamas y cubierta de humo, bastante. Desde los pueblos más alejados hasta las grandes urbes, como Santa Cruz o Cochabamba.
Las lenguas de fuego que fueron protagonistas e imparables ante el esfuerzo humano no solo nos han dejado una estela de destrucción, muerte, contaminación, desolación, sino que fundamentalmente, los incendios nos están carbonizando los sentimientos y los valores que emergen desde lo profundo del ser humano, nos están matando las esperanzas y sueños de que otra Santa Cruz era posible, nos están calcinando las luchas que hemos realizado para heredar a nuestros hijos y nietos un planeta Tierra más justo, más igual, más humano, más bondadoso, pero la cosa se ha desbordado de forma alarmante, que en todo el mundo, alzan sus voces intelectuales, filósofos, activistas, religiosos alertando que la tierra está enferma, bastante golpeada y que nos aproximamos a situaciones extremadamente difíciles en el único planeta donde aún existe vida: la Tierra, Madre Tierra, Pachamama, que bajo la óptica de determinados poderes quieren hacer creer que este espacio global y común no es tan así, sino que es de su dominio y que pueden hacer lo que ellos quieran. La Tierra tiene fiebre, está muy enferma, dijo el papa Francisco, pidiendo orar por este ser vivo que nos cobija aún.
Así como están quemando los bosques, así están calcinando los derechos y los valores de la convivencia social y política, y hay responsables de todo ello, pero como la justicia no es un derecho humano, los fiscales y jueces liberan a los incendiarios, quienes pueden seguir quemando a su capricho.
“Las élites oscurantistas parecen haber tomado en serio la amenaza y haber concluido que su dominación estaba amenazada; parece que han decidido desmantelar la ideología de un planeta común para todos”, denunció el filósofo francés, Bruno Latour. Sin duda, es la lógica perversa en la Bolivia plurinacional, donde algunos grupos, aliados con el gobierno, procedieron a disponer de sus tierras para explotarlas, incendiarlas, aprovecharlas para sus propios intereses, ocasionando lo que hace cuatro meses estamos sufriendo los más de 11 millones de habitantes de Bolivia: incendios poderosos, que no se detienen ni se desvían ante algún posible bloqueo de rutas.
Los poderosos de Bolivia, no solo los del poder político, sino de los que han acaparado tierras y mucho dinero: agropecuarios, agroindustriales, interculturales, nunca tuvieron contemplación para conseguir sus fines.
Bruno Latour, en su libro “Dónde aterrizar”, ya nos hizo la advertencia hace años y que se ajusta a esta Bolivia en llamas: “De suerte que pudimos seguir saqueando el suelo, hacer uso y abuso de él sin escuchar a los profetas de la desgracia, pues este en sí mismo se mantuvo más o menos tranquilo. Sin embargo, poco a poco, bajo el suelo de la propiedad privada, del acaparamiento de tierras de la explotación de los territorios, otro suelo, otra tierra, otro territorio empezó a removerse, a temblar, a estremecerse. Una especia de terremoto, si se quiere que advirtió a esos pioneros: “Tened cuidado, ya nada será como antes; vais a tener que pagar muy caro el regreso de la Tierra, el regreso de potencias hasta ahora dóciles”.
Como verá amigo lector, los incendios forestales traspasan las fronteras de la gestión pública, no es solo un asunto económico, agropecuario, ecológico, es algo más y nos golpea a la dignidad e integridad de cada uno de los que vivimos en el planeta Tierra, y que por tanto a todos nos debe conmover, molestar, exigir lo que le está pasando a los bosques y sus animales, como acción directa de la ambición de unos pocos.
Al fin y al cabo, defender la Madre Tierra es un asunto de ejercicio de nuestros derechos políticos, y no es de exclusividad de los gobernantes, que incluso varios de ellos, con la Constitución Política bajo el brazo, van discurseando que son pachamamistas u originarios, pero son los primeros en coadyuvar a la explotación irracional y el incendio de la Madre Tierra.
Otro tema más para la polarización y el enfrentamiento entre bolivianos, porque algunos acusarán a los otros de ser los causantes de los incendios; los otros se defenderán contraatacando y el poder inclinará la balanza hacia sus aliados fieles, provocando otra grieta en las relaciones sociales y políticas. El Ministro de Desarrollo Rural: ‘Las tierras donde producen los empresarios es donde más se está quemando’, apuntando a los empresarios del modelo económico cruceño que son los incendiarios. La respuesta no se hizo esperar: son los avasalladores y sus organizaciones sociales.
Al parecer todo sirve, incluso los terribles y nocivos tentáculos de las lenguas de fuego, que han pasado a ser otro protagonista político en la Bolivia en llamas… y quizás cenizas…
Hernán Cabrera Maraz es periodista y filósofo.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.