omo sucedió en años pasados, millones de hectáreas arden en la Chiquitania. Cuando los primeros vislumbres hacen más claras las noches, se escuchan voces de alarma; los medios de prensa publican fotografías, y la televisión muestra imágenes que pudieran ser de archivo, o de ayer, la situación esa la misma. Los primeros fulgores que ocasionan los chaqueos, son el anticipo de lo que luego serán las crónicas de un desastre anunciado, en varios casos resultado de la acción deliberada de pirómanos y delincuentes; y pronto comienzan los reportes sobre la descomunal fogata. Tal parece que se trata de un asunto esperado; llegó la temporada del año y se sabe que nadie ha hecho nada para prevenirlo. Semanas más tarde comienzan los sobrevuelos y las conferencias de prensa. Después de trámites burocráticos se liberan los fondos, escasos para el tamaño de las necesidades. Se movilizan los bomberos y socorristas que enfrentarán en desventaja a las llamas que en su brutal avance contagian su voracidad a los montes y las llanuras: ya son cientos de miles de hectáreas que las consume el fuego.
En el corazón se las llamas se vive otra tragedia, los seres vivientes huyen: unos vuelan, otros corren o se arrastran, perseguidos por las llamaradas que se extienden y crecen por las alturas, como queriendo quemar el cielo. Los árboles se consumen en sus troncos y sus ramajes y se convierten en humo, como una desgarrarte exhalación postrera.
Las aves como los colibríes, los tucanes y guacamayos levantan vuelo dejando sus huevos y sus pichones, y si en su intento de huir se equivocan de sentido caerán en los ardores, con los picos abiertos y las alas cansadas para convertirse en nada: los trinos a colores se acabaran; mariposas, abejas, tortugas y escarabajos en solo un instante de flama: ya no están, se consumieron.
Cuando se producen incendios forestales los mamíferos como pumas, jaguares y ocelotes huyen buscando refugio, si encuentran lograrán relocalizarse de manera natural. Algunos migran a poblados; miles de ellos morirán de todas maneras por inanición y serán presa del fuego. La muerte reina en los bosques; muere la flora (pastizales, y árboles con altura de veinticinco metros de altura, o más). Muere la fauna con algunas especies únicas en el mundo. Según informe de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) en 2019 murieron 5,9 millones de animales (individuos).
Las nubes ahora son de humo. "El humo de los incendios forestales está compuesto por una mezcla de gases y partículas pequeñas que son emanados por la vegetación, puede hacer que cualquier persona se enferme, incluso las personas sanas".
El biocombustible está de moda se tiene que sembrar más, y por noble que se el propósito el fin no justifica los medios, es deforestación. Al respecto, el periodista Juan Burgos Barrero, escribió un artículo en la última edición de la revista Nómadas, y en lo pertinente expresa: "Bolivia, por ejemplo, sufre uno de los mayores niveles de desmonte de bosque primario a nivel mundial (...). El desmonte caótico está destruyendo el sistema hidrológico a nivel de país con mayor escasez de agua, y causando el aumento de sequias y calor en la región".
Sobre lo mismo, Óscar Campanini, director del Cedib, recuerda lo ocurrido en 2019, cuando se quemaron más de seis millones de hectáreas de bosque, sobre todo en la Chiquitania boliviana.
El bosque seco Chiquitano sigue ardiendo, ya son cuatro millones de hectáreas. El clamor de los habitantes directamente afectados trasmite amargura y sufrimiento; pero no sería extraño que el próximo año suceda lo mismo.
Mario Malpartida es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.