Por qué me opongo a los controles de precios? ¿Por qué me opongo a los cupos a la exportación? ¿Por qué me opongo a los impuestos redistributivos? ¿Por qué me opongo a los bonos sociales? Por al menos dos razones fundamentales.
La primera es que son medidas que generan ineficiencia. Controlar precios o cantidades (cupos), al margen de lo que el mercado y los directos involucrados determinen, genera siempre desabastecimiento, mercados negros, corrupción y, sobre todo, una mala asignación de recursos. Por ejemplo, cuando los gobiernos deciden arbitrariamente que el precio del pollo sea Bs 15 el kilo, cuando el precio de equilibrio (aquel que hace que la cantidad demandada sea igual a la ofrecida) es Bs 20, los incentivos a comprar y producir pollo no reflejan la real escasez del producto. Nuestra cantidad demandada se incrementa al ser el bien artificialmente más barato, pero la cantidad ofrecida se reduce por la misma razón. Esto genera desabastecimiento y largas colas que trataremos de suplir con transacciones informales o incluso ilegales. Por otro lado, cobrar impuestos para redistribuir la riqueza a través de, por ejemplo, bonos sociales, crea también ineficiencia porque reduce los incentivos a crearla entre los que pagan los impuestos y genera derechos y expectativas artificiales entre los que reciben los bonos.
La segunda es que son medidas redistributivas y, por lo tanto, inmorales. Controlar precios, imponer cupos o cobrar impuestos para pagar bonos sociales, son todas medidas diseñadas para redistribuir arbitrariamente la riqueza. Los controles de precio se imponen cuando los gobiernos piensan que el precio de equilibrio que resulta de la libre interacción de oferentes y demandantes es “muy alto” para los consumidores. Insensiblemente, entonces, los gobiernos tratan de bajar ese precio de manera artificial mediante una ley negándole al productor la posibilidad de vender su producto al precio que él considere conveniente y el mercado quiera pagar. Esta medida es, por lo tanto, inmoral porque le roba al productor la posibilidad de capturar el legítimo fruto de su esfuerzo. Los cupos a la exportación funcionan de la misma manera. Cuando los gobiernos obligan a los exportadores a vender su producción dentro del territorio nacional a nombre de la “seguridad alimentaria,” o alguna otra patraña progresista, en esencia le están prohibiendo vender su producto a un precio mayor afuera y generar más riqueza.
Los impuestos redistributivos y los bonos sociales hacen exactamente lo mismo y disimulan menos. El argumento es que es “justo” que los ricos, o los que tienen más, sean forzados a través de impuestos a otorgar parte de su riqueza para contribuir al bienestar de los demás, particularmente de los más pobres. Pero, aunque uno podría pensar que aquellos que ayudan de manera voluntaria a los más pobres merecen nuestra admiración, ¿cómo podríamos argumentar que es justo forzarlos a hacerlo? Si consideramos que una persona generó riqueza de manera legítima y sin engañar a nadie, ¿por qué sería justo forzar a esa persona a utilizar su riqueza de la forma que a los políticos les parezca mejor? Claro, si consideramos que la riqueza fue generada de forma ilegítima (robo, corrupción, etc.) no solo que deberíamos confiscarla, sino que esa persona debería ir a la cárcel. Pero ese no es el caso de los impuestos redistributivos.
Llegados a este punto, la izquierda tiende a argumentar que toda riqueza se crea bajo cierto manto de ilegitimidad o de privilegio y que, por lo tanto, es justo redistribuirla. Dicen, por ejemplo, que muchos de los ricos de hoy son ricos porque sus padres eran ricos y les brindaron oportunidades que otros no tuvieron. Los impuestos y los bonos, por lo tanto, solo estarían corrigiendo esa desigualdad. Pero nótese que nacer en cuna de oro no es un privilegio, sino simplemente suerte. Privilegio viene del latín privilegium, que combina privus (de uno mismo) y legium (ley). Es decir, privilegio es el beneficio que una ley otorga a una persona. Los masistas del gobierno, por ejemplo, tienen muchos privilegios. Pero nacer en una familia u otra no está determinado por leyes, es simplemente suerte. ¿Será justo castigar con más impuestos a quienes tuvieron buena suerte? ¿Qué pasa si no nací en cuna de oro, pero mis padres fueron muy responsables y me inculcaron el gusto por la lectura y los estudios y gracias a eso logré acumular riqueza? ¿Argumentará la izquierda que eso también es un privilegio? ¿Deberían los impuestos corregir la desigualdad que se genera cuando alguien tiene padres responsables? ¿Y qué si la suerte genética me hizo más alto o inteligente o talentoso para jugar al fútbol? ¿Habría que también forzarme a pagar más impuestos por los caprichos de la naturaleza? ¿Qué pasa si no nací de padres responsables o en cuna de oro o no tengo un talento importante, pero trabajé 15 horas al día desde niño hasta acumular mucha riqueza? ¿No merezco quedarme con ella y decidir yo mismo si quiero o no ayudar a los demás?
Como vemos, la redistribución forzada de riqueza generada legítimamente es siempre inmoral y no la podemos justificar aduciendo privilegios. Sería imposible y tremendamente injusto tratar de corregir todas las ventajas que otorgan los eventos fortuitos de la naturaleza. Pero es también importante entender y comprobar empíricamente que la pobreza no se soluciona con medidas redistributivas. La pobreza se soluciona dejando que las personas logren disfrutar de los frutos de su propio esfuerzo. Eso genera incentivos a producir y generar más riqueza, lo cual solo se logra creando empleo y produciendo mejores bienes a mejores precios. Es por eso que la libertad y el respeto a la propiedad privada son los verdaderos pilares del desarrollo.
Antonio Saravia es economista y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.