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l 18 de julio de 2024 el escritor Javier Cercas escribió en La Nación de Buenos Aires: “Un idiota es aquella persona que se desentiende por completo de la política. No lo digo yo: lo dice la etimología de la palabra, y las etimologías no suelen errar”, matiza, y añade: “La palabra idiota viene del griego (idiotes), que significa exactamente eso: persona que solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir, de lo público, es decir, de la política, palabra que a su vez viene de polis, que en griego significa más o menos ciudad (es decir, lo que pertenece a todos). “El idiota —sostiene— piensa que nada cambia nada, que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual, y que, por tanto, lo mejor es no hacer nada. Tremenda idiotez. Lo que tampoco sabe el idiota es que, si no haces política, te la hacen, y que, si dejas que te la hagan, quienes acabarán haciéndotela serán, en el mejor de los casos, un hatajo de sinvergüenzas y, en el peor, una banda de psicópatas”.

Yo, que vivo en un exilio interior al que a muchos nos ha condenado la burricie cainita de quienes últimamente deciden por nosotros, los ciudadanos, no puedo (no debo) ser ajeno, quedar indiferente frente a la última controversia que se ha desatado en la ciudad. En medio del pasmo y la indignación, pienso (y siento) —como dice Cercas— que la vida pública también forma parte de la vida privada.

Bueno, y ¿cuál es la polémica que marca recurrentemente el trending topic local?: la enajenación y resignación de un enorme predio de la ciudad —de 130 has, aproximadamente—, donde funcionó casi medio siglo el aeropuerto Juana Azurduy de Padilla. Las restricciones propias del lugar impulsaron y espolearon a los sucrenses para exigir la construcción de un nuevo aeropuerto que esté a la altura de la Capital. Por supuesto que el aeropuerto de Alcantarí no está a la altura de la Capital, pero, es lo que hay. No es ni será internacional, pero es operable y pronto estará unido a la ciudad por una doble vía para hacer más fácil y rápido el recorrido de los 30 km. De haber habido, hace ocho años, un mínimo sentido de previsión y planificación en la Gobernación del Departamento, el antiguo aeropuerto no estaría ahora en la mira de vecinos, políticos de campanario y, lo que es peor, de la Fuerza Aérea…

Alguien, con dos dedos de frente, ¿cree que los militares, al apropiarse del terreno, no convertirán al antiguo aeropuerto en su feudo, antes que en un improbable centro de entrenamiento (como afirman), De hecho, ya han solicitado la autorización (¿el convenio de comodato suscrito con la Gobernación, les permite?) para construir 60 viviendas para sus efectivos. Un supuesto centro de entrenamiento, en un aeropuerto que difícilmente volverá a ser operable, por las restricciones que llevaron a construir el de Alcantarí, ¿en qué beneficia a la ciudad? Una ciudad con alrededor de 350.000 habitantes no puede contar con dos aeropuertos civiles como creen los vecinos de la zona: por las limitaciones del exaeropuerto, y porque ni la Gobernación de Chuquisaca ni el Estado están en condiciones de destinar recursos para rehabilitarlo. Así que olvidémonos de la posibilidad de que el antiguo aeropuerto vuelva a operar. La única verdad es la realidad.

MADRE NATURALEZA VUÉLVEME ÁRBOL

A las siete de la mañana o las 11 de la noche, da lo mismo, me llama para reiterarme machaconamente una y otra vez sus argumentos; los argumentos que comparto y ayudo a sostener como un poseso que no ve los intereses que se juegan en el antiguo aeropuerto, pero que mira el bosque y no el árbol, que está por encima del postureo y los favores políticos.

Es el arquitecto Alberto Vaca, un chuquisaqueño cuya ilusión no es otra que ver convertido el antiguo aeropuerto en un parque ecológico: un enorme bosque que con los años y el empuje de los habitantes se convierta en un potente pulmón de Sucre. Un vasto espacio verde que transforme el ecosistema de la zona y de algún modo de toda la ciudad, actualmente rodeada de páramos, cemento y ladrillo. Claro, una visión personal —como la del arquitecto Vaca, por definición— es algo que muchas personas, por cultas que sean, no comparten. Sin embargo, también es cierto que “los salmones, como las ideas, nadan contra la corriente, porque es la única manera que tienen de imponerse”.

El arquitecto Vaca ha dedicado muchas horas para esbozar un perfil preliminar del proyecto del parque ecológico o megaparque urbano. Frente al incierto panorama y las disonantes voces de las instituciones públicas y aún privadas, plantea la propuesta que, hasta por sentido común, debiera prevalecer, pero acá, tener sentido común es una herejía. Se trata de una opción que beneficia al conjunto de la población, particularmente a los vecinos de la zona (Distrito 3).

“La ciudad de Sucre —enfatiza— no obstante el clima benigno que tiene, es, seguramente, la ciudad con menos áreas verdes del país. Los espacios circundantes, lejos de ofrecer un paisaje de armonía y equilibrio con la naturaleza, son un auténtico páramo donde se ha impuesto el cemento y el ladrillo”. La vehemencia con la que enumera sus planteamientos hace que me identifique con los mismos y le siga con la misma pasión que insufla en sus postulados. “Resultado de varios factores como el calentamiento global —dice— así como el crecimiento de la población asentada en la periferia, han ido mermando, peligrosamente, las fuentes naturales que proveen agua a la ciudad.

De hecho, durante largos periodos al año, principalmente en la época de estío, el racionamiento del líquido es cada vez más lacerante para importantes sectores de la ciudad: en las zonas altas y marginales. De no haber sido por los bosques que crearon extranjeros y comunarios en la zona de Cajamarca y la Punilla, probablemente la sequía habría castigado más a una población sedienta (como acontece con Potosí, por ejemplo). Y es que los árboles, los bosques, en definitiva, generan las condiciones naturales para que el régimen de lluvias sea mayor y garanticen bolsones de agua en las cabeceras de los ríos. El proyectado parque ecológico del arquitecto Vaca responde a múltiples carencias de la ciudad: áreas verdes, pero, fundamentalmente, de elementos que contribuyan a mejorar las condiciones atmosféricas para aumentar progresivamente el régimen de lluvias. Además de capturar CO2, un árbol produce: ¡fresco!, ¡agua!, ¡oxígeno! La única tecnología que puede salvarnos.

Yo no sé si el arquitecto Vaca conoce la poesía del que seguramente fue el primer ecologista en Bolivia, el sucrense Man Césped. Pero al escucharlo me viene a la memoria esos versos y me quedo con ellos para imaginar y soñar con un hermoso y polícromo bosque: “Madre Naturaleza/ vuélveme árbol/ Y seré puro y bueno/ como esos seres imperturbables/ y sencillos,/ y como ellos, solo amaré la luz/ y no tendré otro deseo que el agua clara, /y vistiéndome de mí mismo, / moraré en mi corazón/ con mis ojos sin pupilas/ y en la silenciosa poesía del paisaje/ en vez de pensamiento/ daré flores”.

A diferencia de otro importante proyecto en desarrollo a cargo de la Alcaldía, en base al que impulsara en su momento el empresario chuquisaqueño, Gastón Solares Ávila, el parque ecológico planteado por el arquitecto Vaca, no requiere una inversión significativa. A raíz del cambio climático, resultado del calentamiento global que padecen sobre todo en el hemisferio Norte, los países de la Unión Europea están destinando recursos para proyectos de reforestación en naciones del Tercer Mundo que, increíblemente, vienen destruyendo el medio ambiente; es el caso de la Amazonia y de los territorios devastados en Santa Cruz.

De manera que, de asumir el gran desafío de crear un bosque en el antiguo aeropuerto, se requiere gestión y voluntad política de las autoridades y del conjunto institucional de la ciudad. Naturalmente, se deberá conformar inmediatamente un equipo multidisciplinario: expertos en manejo de bosques, paisajistas, arquitectos y otros, con la finalidad de elaborar el estudio final del proyecto. Si de verdad la dirigencia política e institucional de Sucre representa y está comprometida con los intereses de la población, debe asumir: con autoridad y autonomía, la construcción del mega parque ecológico. Finalmente, ¿por qué tenemos que regalarles a los militares un patrimonio que pertenece a TODA la ciudad? Ya se apropiaron de La Glorieta, del Cuartel de San Francisco (donde no pusieron un peso para su restauración).

Según informa el periódico Correo del Sur, el pasado 24 de julio una comisión de representantes locales (encabezada por el presidente de la Asamblea Legislativa Departamental, Ricardo Zarate), realizó una visita de inspección al enclave de Tucsupaya.

De los “asambleístas”, a quienes nadie conoce y quienes no representan más que a su partido, se podía esperar cualquier dislate, la consabida boutade (como la del asambleísta Luis Zubieta que exigía “un aeropuerto para la Capital de la República”, ¿dónde vive este desubicado?) Pero de los representantes de instituciones, Colegio de Arquitectos o la Sociedad de Ingenieros, habríamos esperado posiciones racionales, técnicas, con visión de futuro, con criterio profesional…, antes que dejar en manos de comisiones del gobierno central para que decidan por nosotros. Una forma de no resolver nada es crear una comisión. ¿Para qué entonces presumimos con estridencia que tenemos un Gobierno Departamental Autónomo? Profesando ser técnicos se hicieron necios. Cómo hacerles entender, a los unos y a los otros, que la sociedad abierta y pujante es aquella en la cual hacer lo correcto es la primera opción para sus ciudadanos. En fin…, contra los giles y los necios, ¡hasta los dioses son impotentes!

Julio Pemintel es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.