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e define el zafarrancho como “la orden de evacuación de la nave dada por el capitán cuando no quedan esperanzas de mantener la embarcación a flote. Se realiza con la totalidad del personal, y cada uno concurre a la estación de balsas salvavidas que tenga previamente asignada.” Por otra parte, la sevicia es “el ensañarse con el sujeto pasivo, destinada a producir la muerte acompañada de sufrimientos, no sólo innecesarios, sino excesivos.”

No necesitaremos ser muy inteligentes para comprender que la combinación de ambas situaciones, no presagian nada promisorio para una ciudadanía que observa azorada lo que está pasando y presiente los pésimos augurios que pueden venir.

No voy a cargar la tinta sobre lo que está ocurriendo en la confrontación de los dos bloques masistas, luego de haber construido un movimiento social tan importante como el MNR y la UDP en sus momentos. He revisado la Historia de Bolivia y en 199 años nunca tuvimos una situación similar en la que, el poder se vuelve oposición a si mismo y con ventilador turbo, decora el escenario con sus heces más exquisitas.

Aquí no está el imperio ni la derecha reaccionaria señalados como enemigos del “proceso de cambio”. La pelea es entre quienes se dicen revolucionarios que se disputan asquerosamente el poder, terminando de destruir lo que no pudieron construir cuando vivían en la opulencia, y apelan al descrédito de la corrupción y a la intimidad de la vida que compartieron, encubrieron y se conocen muy bien.

En medio de este “sin Dios” como dice el filósofo extremeño Israel Rodríguez García, nos están haciendo olvidar un Censo cuestionado, las elecciones del Órgano Judicial, la detención política de quienes purgan por el delito de ser de oposición, y no sigo porque todos vivimos la crisis; pero siguen novedades de un libreto cada vez más desabrido, con capítulos inexplicables como el golpe del Gral. Zúñiga o el atentado con 14 balas que se cruzan de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, en la que una ingresó por el parabrisas delantero, y le rozó la nuca al chofer de alias “mapache”. ¿Quién explica coherentemente la secuencia?

Sin embargo, nuestra atención ya no puede estar solamente en esa patraña convertida en parodia que terminará cuando los tribunales de Bolivia o Argentina, definan con el certificado de nacimiento, la edad de las niñas involucradas; este evento sepultará, por delincuente, las aspiraciones presidenciales de alguien que, en ejercicio de su derecho, ya perdió la sindéresis, las proporciones, el decoro, el equilibrio y arrastra en su caída libre a la revolución cultural y al Grupo de Puebla.

Es más complicado el análisis cuando, comprobando cómo los 18 precandidatos del campo democrático, insisten cada uno con sus mejores argumentos, en la autenticidad de sus convicciones para ser depositarios de la soberanía popular y le corresponda poner en orden al desmadre de país que nos está dejando el masismo. ¿Resulta tan difícil comprender que este momento exige responsabilidad y madurez para realizar una propuesta madura y consistente, que dé a la ciudadanía el sosiego de la certidumbre?

Resulta ineludible analizar “la madurez democrática del pueblo boliviano”. Se repite que cuando hay crisis profundas, y antes de la confrontación final, encuentra siempre una salida, poniendo a prueba una vez más el supuesto. El riesgo es que puede romperse por una instrucción o un desliz, al ser un pueblo estoico, sufrido, que contradictoriamente practica el tinku para superar sus divergencias. La informalidad de nuestra vida en sociedad y el debilitamiento de las ideologías, abonan un campo de guerra con reacciones sentimentales e irreflexivas, que, en la defensa de la solidaridad y el compadrazgo, puede tomar decisiones incomprensibles.

El 26 de septiembre de 1841, cuando Ballivián logró que las guarniciones de La Paz se pronuncien a su favor, se produjo la invasión del ejército peruano al mando del general Agustín Gamarra. Debido a esto, Velasco depuso sus aspiraciones personales y con gesto patriótico sumó sus fuerzas a la de su enemigo político para enfrentar y vencer al invasor.

El momento espera niveles de consciencia similar.

Carlos Hugo Molina es abogado e investigador.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.